Opinión

El lado femenino de dios

En las raíces de la religión cristiana no existe la discriminación de la mujer. Baste, como botón de muestra, las palabras de Jesús cuando defendió a aquella mujer acusada de adúltera: «Quien esté libre de culpa...». Asimismo, José, el esposo de la Virgen María, es retratado como un hombre amable que apoya a su esposa en todo. Cierto es que, en la religión Católica, la mujer no puede –por el momento– acceder al sacerdocio como sucede en la Protestante o en la Prebisteriana, pero ello no impide que tenga un papel relevante como, por ejemplo, lo tuvo la Madre Teresa de Calcuta. Su obra es un ejemplo del valor que tiene la mujer más allá de su identidad de género cuando simplemente se centra en cumplir con su destino divino. Su determinación, su fe en el ser humano, son ejemplos a seguir. Ella era un alma grandiosa en un pequeño cuerpo de mujer. Si volvemos a las raíces, a lo que Jesús predicó, está claro que la mujer no es de segunda sino de primera calidad. Resulta curioso que las personas cuánto más alejadas están de su lado espiritual más en contra del ser humano están. A pesar de nuestra modernidad, en lugar de avanzar o mantener el respeto a la mujer, éste se ha perdido en nombre de la «igualdad». Sin embargo, esta no pasa por renegar de los principios propios sino por ser fiel a los mismos y asumir que la mujer no es mejor ni peor que el hombre. El Papa Francisco ha comprendido que la sociedad del siglo XXI es muy compleja, y que la Iglesia debe hoy emular a Jesús, tomando nota de su compasión, misericordia y generosidad. Por eso está comprometido con la mujer para que se dignifique y se revalorice a sí misma. Un mundo mujerizado es posible.