Opinión

Encuentros en la fase 5g

Estamos aún en la fase 4G y ya soñamos con la 5G. Siempre los hubo «impacientes»: Julio Verne soñó «inventos» por adelantado, Da Vinci diseñó artefactos cuatrocientos años antes de su tiempo, los escritores de «ciencia ficción» vislumbraron mundos que ya están aquí. Queremos vivir a la velocidad de la luz. Ahora bien, el poder descargar 1.500 fotos en un segundo, no creo que contribuya a la felicidad, potencie la inteligencia emocional o nos mejore la vida (exceptuando el entorno laboral). Empero, la idea de tener a robots que operen –se supone dirigidos por un cirujano competente-, se me antoja un avance genial: no le temblará el pulso, ni acusará el cansancio, ni correrá el riesgo de que le «maree» su lado humano –las personas, ante ciertos desafíos, nos afloran emociones que nos permiten salvar vidas, dar soluciones geniales o no nublan la conciencia–. La tecnología, bien usada nos facilita la vida. Sin embargo, el lado oscuro del ser humano le da una dimensión que fomenta el desequilibrio. La película Matrix nos proporcionó una metáfora muy realista: los que viven vidas virtuales bellas están dormidos y aprisionados en una cápsula, y los que están despiertos y libres lo hacen en un mundo real feo, horrible. Hace años (1995), estaba en un restaurante de Malibú (CA). En la mesa de al lado, había una pareja: ella se pasó la cena hablando por el móvil e ignorando a su compañero. Esa imagen se me quedó en la retina como paradigma de la «desconexión interpersonal» en la era de la comunicación. Nos podemos conectar 360º, pero muchos se han desconectado de su corazón. La realidad virtual no alimenta el alma. Eso sólo lo hace un invento imposible de superar por tecnología alguna: el amor.