Opinión

El gesto

Un ex espía del KGB, trepador sobre los excesos que llevaron a Boris Yeltsin al panteón, se blanquea con su Copa del Mundo. Para nuestra sociedad, tomando a Guy Debord, el mundial «no es un suplemento del mundo real, sino el núcleo del irrealismo de la sociedad real». Aunque Putin sea una momia, no surgirá un espontáneo que se lo recuerde a modo de saludable desahogo. Nadie lo pide y nadie parece esperarlo. Pero ya hubo buenos ejemplos de cómo hacerlo. Tommie Smith, negro campeón de Texas, ganó el oro en las Olimpiadas de México 1968. Al sonar «Barras y estrellas», agachó la cabeza y levantó el puño. Los negros en Estados Unidos estaban –y están– discriminados. Cuando él nació, los batallones que combatían en la Segunda Guerra Mundial eran segregados; por una lado blancos, por otro negros norteamericanos.

Con 24 años había dado su fabuloso éxito a un país que ignoraba sus derechos. Al volver a América fue repudiado. Parece que acabó trabajando en un limpiacoches y que vendió su medallero para ir tirando. En el ensayo «Política y Deporte» (editor: José Luis Alonso, Unef) se explica esta relación desde Atenas. El gesto desahogado alcanzó su síntesis en Wladyslaw Kozakiewitz, oro en salto con pértiga, en Moscú 1980. Asediado por el público ruso, al caer en la colchoneta tras superar con brillantez la altura, procedió a un ortodoxo corte de mangas. Lo dedicó a la grada. Irreprochable y técnicamente medido, un corte de mangas litúrgico. Los rusos reclamaron la retirada del oro y los polacos adujeron que se trataba de un acto reflejo producto de la tensión deportiva acumulada por el esfuerzo.