Opinión
Miénteme que te pillaré
Se lleva emular al mítico Pinocho –la marioneta de madera creada por Geppetto-, en cuanto a mentir se refiere, pero sin que nos crezca la nariz. En un mundo donde se ha impuesto el «postureo», o sea, la realidad falseada, distorsionada... donde las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son, es fácil disimular la mentira. Asimismo, la mayor parte de la gente no suele usar sus neuronas para cuestionar la realidad, simplemente se apuntan a la moda imperante, a los dictados del «Club del Redil» –así bauticé a la sociedad hace tiempo, por aquello de que hay muchas personas a las que les encanta «redilear», o sea, aceptar las normas sin cuestionarlas–.
Por si esto no fuera poco, la escasa afición a contarse a uno mismo la verdad, a no mirarse en el espejo de la propia alma, a no querer ver la «viga en el ojo propio» combinado con la pasión por hallar «la paja en el ojo ajeno», nos ha conducido a un mundo donde «Matrix» impera y nadie se da cuenta de lo que es verdad o es mentira pues todo es del color del cristal... de quien nos lo cuenta. Si a ese «quien» (la fuente), le hemos concedido rango de autoridad en base a su fama (prescriptor de la realidad), o porque armonizamos con su postura político-ideológica, ya puede contar la trola más grande, que le creeremos sin dudarlo ni un instante. El poder de los creadores de opinión, de los «mass media» en general, nunca fue tan enorme. No somos como niños, puesto que ellos son más listos y se dan cuenta rápidamente de cuando alguien miente; ven lo que los adultos desatienden por estar demasiado pendientes del «quedar bien o no quedar mal con los demás». Más sentido crítico y menos «redilear».
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