Opinión

Menos caperucitas, menos lobos y más sentido

«Si de pequeño predico bien, ¿qué seré de mayor?». Es la frase que he escuchado toda mi vida para ilustrar cómo ciertas conductas son reflejo de la personalidad, del rumbo que tomará una persona y cómo llegará a su etapa adulta. Entre el juego de «la ballena azul» –que consiste en superar pruebas peligrosas, incluso quitarse la vida– y el desmadre en las fiestas populares hay más correlación de la que parece a simple vista. En cuanto al juego, recientemente ha habido una denuncia de agresión sexual por parte de una participante de 15 años: una de las fases del juego era mantener relaciones sexuales en grupo. Si dicha conducta se normaliza en la adolescencia debido a que unos y otras se avienen a ello, ¿de qué nos extrañamos si alguien llega a creerse que «todo el monte es orégano»? O, lo que viene a ser lo mismo, que todas las mujeres se prestarán a ese juego. Ni todas son pro a ese tipo de «juegos» que intoxican la autoestima ni todos los hombres son unos aprovechados que atacan a la víctima cuando las circunstancias son propicias. De haber contado el cuento de Caperucita de otra manera habría menos mujeres maltratadas por hombres malos; menos hombres malos y más mujeres cuidadoras de sí mismas. A Caperucita hay que enseñarle que el «bosque» está lleno de «lobos», de personas malas que se aprovecharán de ellas de una y mil maneras. Consecuentemente, en el cuento la madre no debería enviarla sola y descuidada, ni la abuela debería ser una mujer que no ha aprendido a cuidar de sí misma. La vida no es juego. La dignidad de la persona ni es un juego ni debe jugarse con ella. Menos «ballenas azules» y más sentido común –ahora lo llaman inteligencia emocional– para llevar las riendas de la vida.