Opinión

Todos al tren

Desde pequeña fui fan de la ciencia ficción. No dudaba de que todo eso que leía, en algún lugar del espacio tiempo, era posible puesto que ya existía. Da Vinci vislumbró el futuro y osó adelantarse a su tiempo. Sin embargo, sus diseños no pudieron plasmarse en algo real y accesible al resto de sus contemporáneos por carecer de otros que, junto con él o un poco antes de él, hubiesen abierto las ventanas de su alma a la imaginación. Plasmar una idea es más fácil que llevarla a cabo. Empero, esto es «un trozo de pastel», comparado con el tener que convencer a uno o varios inversores para que inviertan en esa idea loca que quiere poner sus pies en la realidad. En este caso, un tren a toda máquina: 1.200 kilómetros hora (por un tubo al vacío sensorizado). ¿Dónde han quedado aquellos trenes de vapor? En la prehistoria, ni más ni menos. Ya no son de madera los vagones sino de fibra de carbono. ¿Se acabarán las vías? Por un tubo viajaremos más rápido y más seguro. La humanidad rima con genialidad, y ésta con soledad y con incomprensión. En general, toda idea innovadora suele topar con la resistencia a lo nuevo. Aunque, cuando del tren se trata, parece que ha sido más fácil. Será porque éste parece dotado de un halo mágico en casi todo el mundo. Será. O tal vez se deba a que siempre hay un político dispuesto a colgarse la medalla de «facilitador del progreso».