Opinión

A political smart contract

El impulso de los denominados smart contracts o contratos inteligentes es imparable. Un contrato inteligente es un programa informático que ejecuta acuerdos establecidos entre dos o más partes provocando que una serie de acciones sucedan como resultado de que se cumplan una serie de condiciones específicas. Esto es, cuando acontece una condición programada con anterioridad, el contrato inteligente ejecuta automáticamente la cláusula correspondiente, en definitiva son contratos que se ejecutan y se hacen cumplir a sí mismos de manera automática y autónoma. Para ello se utiliza la tecnología del blockchaim o Contabilidad Distribuida, tecnología que, por lo visto, permite la realización confiable y segura de cualquier tipo de transacción entre dos o más personas sin la necesidad de intermediarios, a través de Internet. Suponen una revolución frente a los contratos tal cual los entendemos desde el Derecho Romano, su lenguaje no es natural, es un lenguaje de programación informática. En el modo de cumplimiento no se permiten diferentes puntos de vista, sino una única lectura, y no requiere de un intermediario, ya que el contrato en sí es el intermediario de confianza. Antiguamente, y de una forma un tanto machista propia de la época, se decía que un contrato se suscribe para hacer cumplir a los caballeros sus obligaciones cuando dejan de ser caballeros, y algo de esto subyace en la filosofía de estos contratos inteligentes, que no olvidemos, fueron diseñados por un criptógrafo, Nick Szabo, en 1993. Los Smart contracts simplifican el lenguaje jurídico traduciéndolo a un simple lenguaje informático, eliminan todo ámbito a la interpretación, se sustraen de la voluntad posterior de las partes, prescinden de la intermediación y, como consecuencia de todo ello, los jueces pocas veces serán llamados a cumplir su función de resolver conflictos. En suma, como se desconfía de la voluntad humana, se sustrae la misma al acatamiento de una orden previamente introducida en un sistema informático descentralizado, sometiéndose a sus designios anticipadamente programados. Y la pregunta es qué pasaría si esto se lleva a otros ámbitos, como por ejemplo al político, donde multitud de decisiones se podrían programar entre miles de ciudadanos y sus representantes. Un Smart contract político que tuviera validez sin depender de autoridades y que tuviera la naturaleza de la tecnología del blockchaim, descentralizada, inmutable y transparente. El campo se queda sin puertas.