Opinión
Bueno, pues molt bé, pues adiós
Llegó el rey de la juerga. El poli que todo lo ordenaba. El hombre que después de un atentado cascaba que Bueno, pues molt bé, pues adiós a preguntas de un reportero. Alucinada el tipo porque le había pedido, hijadelachingada, que en su condición de bilingüe hablase en el idioma que él, y otros cientos de millones, entienden. El desplante de Trapero causó gran regocijo entre los partidarios de que las naciones sean delimitadas en virtud de perímetros lingüísticos que ni si quiera son ciertos en atención al censo. Entrevistado por «El Español» el reportero holandés que abandonó la sala, Marcel Haenen, explicó que «No tenía sentido quedarme si no entendía lo que decían (...) Estábamos todos los periodistas extranjeros allí, agobiados y ocupados. Estar sentados durante una hora escuchando un idioma que no comprendemos no tenía ningún sentido». Pero háblele usted de eficacia comunicativa a unos fanáticos que anteponen la ceguera del rito a la maldita hora de cierre, maldición de la canallesca que ni sabe de comunidades históricas ni de unidades de destino en lo universal ni mucho menos de los caprichos de unos capaces de largar ante 200 periodistas extranjeros durante una hora en un idioma minoritario disponiendo de una lengua franca. Recapitulado cierto contexto, cierto perfume, cierta tontería, veamos ahora al cargo de los Mossos d’ Esquadra, José Luis Trapero, encarado con las togas del Supremo. No le conviene liarse. Dicho lo cual habló casi cinco horas. Mientras los abogados gesticulaban y hacía caras y caretas. Parece que él también explicó a sus jefes políticos que el 1-0 amenaza ruina. Que la violencia anunciada sería imparable si no mediaba antes un rapto de sensatez. También insistió en que les explicaron la obviedad de «que iba a haber dos millones de personas en la calle y 15.000 policías actuando y que eso iba a causar conflictos graves de orden público y de seguridad ciudadana». Emplazaron «al cumplimiento de las órdenes judiciales». «Les dijimos que evidentemente nosotros las íbamos a cumplir, que no se equivocasen». Qué bonito. Sobre todo porque los grandes hombres y los grandes discursos pierden pie si los comparas con las imágenes de la policía autonómica en binomios, de pie y mirando hacia el tendido mientras intervenían los antidisturbios de Policía Nacional y Guardia Civil. O esas grabaciones del pueblo insurrecto que entrega las papelas a unos uniformados al borde las lágrimas: emociona cantidad recibir la adoración de la Gente. Ante la segunda audiencia más importante de su vida, para la primera tiene reservada plaza propia, Trapero no tuvo inconveniente en largar que sus hombres cumplir, cumplieron. Que acaso tampoco fue una cosa como sacar excesivo pecho, cierto. A no ser que entre tus objetivos reluzca la simpática querencia por ejercer como memorable Libertador de la patria que llega. Como meme en camisetas memas. Todo iba estupendo, embalado de fintas, requiebros y tirabuzones, untado de melaza, jabón y colorines, hasta que arribamos al momento de explicar lo ocurrido en las célebres reuniones del 26 y el 28 de septiembre de 2017. Fue entonces que un abogado pidió que no se hiciera la pregunta. Vox, que fue quien propuso al testigo, había perdido la oportunidad. Los jueces negaron el lance a los fiscales. Un error de la acusación particular que bien puede añadirse a otros grandes momentos de una fiscalía que acumula unos cuantos revolcones. Sorprende la evidencia de que los abogados a los que ayer no más ningunearon los acusados hayan perdido un gol cantado. Tampoco acaba uno de entender ciertas decisiones del presidente de la Sala. A veces parece más preocupado de agradar en Estrasburgo que de evitar el inquietante precedente de cara a futuros juicios. A ver si al final resulta cierto que hay clases. Pero bien, vale, conviene ponerse farrucos contra unos funcionarios que pretenden salvaguardar a la justicia de la cólera de la Leyenda Negra. Marchena, antidogmático y elegante, sabe lo que hace. Digo.
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