Opinión
La OTAN hoy
Se formalizaba un 4 de abril de 1949 en Washington: cumple 70 años. Aquellos doce estados –Bélgica, Dinamarca, Francia, Reino Unido, Luxemburgo, Islandia, Italia, Noruega, Holanda, Portugal, EE UU y Canadá– crearon una Alianza Atlántica para defensa militar mutua y colectiva, frente a la amenaza de la URSS. No hacía cuatro años que había acabado la Segunda Guerra Mundial y ya se establecían nuevos frentes en lo que recordamos como «guerra fría».
La iniciativa nacía de los EE UU, cuyo Secretario de Estado Dean Acheson alentó el Tratado. A su primer Secretario General, Lord Hastings Ismay, se atribuye la frase: «Nació para mantener dentro a los americanos, fuera a los rusos, abajo los alemanes».
Hoy integran la OTAN 29 países, a los que se unirá pronto Macedonia Norte, más las llamadas «coaliciones de voluntad» con otros 21 estados de la Asociación para la Paz, 7 del Diálogo Mediterráneo, 4 de la Iniciativa de Cooperación de Estambul y 9 socios globales, el último de ellos Colombia. Hablamos por tanto de una esfera de influencia de 71 países.
De aquel compromiso cerrado de mutua defensa dentro de un espacio, la Alianza se ha abierto a la seguridad integral –360 grados– especialmente tras los atentados del 11-S. Su gran éxito del siglo XX: vencer sin combatir al Pacto de Varsovia al más puro estilo Sun Tsu. A los 30 años de la caída del Muro, sigue siendo un foro de debate que vertebra espacios de seguridad y neutraliza los conflictos que entraña la globalización. Los ataques que le lanzó Trump –«inútil, obsoleta, cara e injusta»– iban más dirigidos al compromiso económico de los socios europeos que a la propia finalidad y necesidad de la Alianza. USA representa el 36% del gasto militar mundial e invierte el 3,61 de su PIB, cuando solo otros cuatro países OTAN –Grecia, Estonia, Reino Unido y Polonia– superan el 2% dedicado a defensa.
Único puente entre América y Europa en materia de seguridad es imprescindible mantenerlo. Si es preciso debe reforzarse, consolidar pilastras, suturar juntas de dilatación, modificar su trazado e incluso cobrar peajes. Pero lo último es destruirlo.
España, aparte de su privilegiada posición estratégica, contribuye económicamente con un modesto 0,9 de su PIB. Constituye, no obstante, un socio fiable, comprometido y valorado.
Me detendré recordando el largo y complejo proceso de adhesión e integración de España en la Alianza. El punto de partida lo constituye el discurso de investidura de Calvo Sotelo el 25 de Febrero de 1981, a los dos días del golpe de estado. En sus «Memorias de la Transición» (1) reconoce que «la polémica atlántica atraviesa de cabo a rabo mis años en La Moncloa». El brillante Ingeniero de Caminos concebía necesario construir junto a una Transición interior –devolución de las libertades formales–, otra exterior, que englobase a la Alianza y a la entonces Comunidad Europea, que nos sacase de nuestro aislamiento histórico. Es muy duro con el PSOE tanto por su posicionamiento inicial, como por el travestido giro de un Felipe González, tras el 30 Congreso del Partido, en el que con su habilidad característica definió «no haber estado contra la OTAN, sino contra la forma precipitada y gratuita con que lo planteó la UCD». En sede parlamentaria sacaba de quicio a Felipe González recordarle la portada de «La Pradva» del 16 de Diciembre de 1977 que resaltaba la firma en Moscú de una declaración conjunta con el PCUS soviético, sobre el formal compromiso del PSOE de no integrarse en la Alianza Atlántica. Justificará Calvo Sotelo los cambios posteriores, diciendo que Felipe «pasó de la ética de la convicción, a la ética de la responsabilidad» y en un lento madurar del PSOE para librarse de anacronismos y ataduras dogmáticas «vacilando durante ocho años entre la no alineación y el neutralismo, entre Occidente y el Tercer Mundo, entre la utopía y la realidad».
Lo cierto es que el 30 de Mayo de 1982 España se convertía en el miembro número 16 de la Alianza. El cambio de Gobierno congeló la iniciativa, que se prolongó hasta la convocatoria del Referéndum del 12 de Marzo de 1986 que se aprobó con el 52,54 % de votos de los españoles. Alianza Popular invitó a la abstención dado que la consulta venía condicionada a «no entrar en la estructura militar integrada».
Seis Acuerdos de Coordinación entre una Alianza flexible y una España indecisa permitieron «una progresiva integración sin estar integrados». Una generación de militares conoce bien el tema.
Lo demás es bien conocido. En 1995 un converso Solana accedía a la Secretaría General de la propia Alianza; en Noviembre de 1996 el Congreso aprobaba el ingreso en la Estructura Militar, en 1997 la «plena participación».
Seguimos siendo hoy socios fiables y leales.
(1) Plaza Janés. Cambio. 1990
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