Opinión
Chillida en sus raíces
Intento no entrar hoy Jueves Santo en valoraciones políticas, estando como estamos en plena ebullición electoral. No me extraña que la Cofradía del Cristo de la Buena Muerte de Málaga pida a los políticos que la respeten, aunque me extrañe la orden de la Ministra de Defensa de no respetar una vieja tradición sobre el luto de las banderas. Hoy debe ser por lo menos jornada fraterna, no de descalificaciones y enfrentamientos.
La feliz reapertura del Chillida Leku por buen acuerdo entre su Fundación y la acreditada firma Hauser&Wirth me llevó otra vez al País Vasco y permitido con la calma de los años y las experiencias vividas en esta tierra entrar en el pensamiento de Eduardo Chillida, tan profundo como su capacidad de crear.
Un párrafo de su biografía que escribió Klaus Bussmann en 2003 (1) me sirve de hilo conductor: «Fue agente de la renovación y la vanguardia, genio de la escultura contemporánea, pero también conservador ante su insistencia en los valores cristiano-humanísticos».
Y ciertamente, profundizando en sus «Escritos», recopilación de su pensamiento realizada por su hijo Ignacio y Nacho Fernández Rocafort (2), encontramos a un Chillida profundo capaz de dejar escrito: «Creo en Dios; tengo fe: Dios me la dio; la razón quiso quitármela en muchas ocasiones, pero no lo consiguió; más bien, me ayudó a continuarla ya que gracias a ella supe que la razón tiene límites y por tanto hay espacios a los que no llega; estos espacios son solo accesibles para la percepción, la intuición y la fe, esa hermosa e inexplicable locura». En alguno de sus apuntes toma de los Salmos: «Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano me conduce». (139; 7-12).
No debe extrañarnos que su primer gran trabajo fuesen las puertas de la basílica de Nª Sª de Aránzazu. En otra secuencia sentenciará: «Todos los hombres somos hermanos; ¿no será el horizonte nuestra patria común?; ¿no será también el presente otra frontera, otro límite, otro lugar sin dimensión como el horizonte?. Ycuando hoy unos salvajes siguen gritando en Rentería: «fascista, entzum, pim, pan, pum», el escultor les recordaría con su Monumento a la tolerancia, «lo importante que es esta virtud y mi deseo que se manifieste en todo lo que hago».
Encuentro a un Chillida cercano cuando, ahondando en sus raíces dice: «La capacidad artística está en el interior de las personas. Era el caso de mi padre, un militar de carrera que era poeta a su manera; él nos ayudó a mis hermanos y a mí a descubrir estas cosas que no se ven a primera vista; a mirar viviendo; era un hombre honrado en el sentido de la limpieza de espíritu, tan admirable que cuando la guerra le salvaron la vida sus propios enemigos, los gudaris, que en realidad no eran enemigos sino gente que luchaba en otro bando. Mi padre me contaba con nostalgia su época de alférez en Vitoria donde admiraba al pintor Amáraga». «Mi abuelo paterno era también militar; cruzaba las líneas (Guerras Carlistas) para ver a su novia que creo era sobrina de Zumalacárregui; se llamaba Margarita Aramburu, pero yo no llegué a conocerla».
El hombre que admiraba y era admirado por Jorge Guillén – «Mas allá, lo profundo del aire»– con quién coincidió en Harvard en 1971, el hombre que moldeó el granito, el alabastro, el acero corten y la plancha de sus grabados, encontraba en la música el complemento de su obra. Admira a Vivaldi, a Mozart –¿por qué Mozart compone la mayor parte de su música con movimientos rápidos?; ¿no será que intuye que no tiene tiempo, que por desgracia no caben en su obra demasiados adagios?–. Pero sobre todos admiraba a Bach. Su música ocupa un lugar privilegiado en su pensamiento y en su creación:
«Moderno como las olas. Antiguo como la mar.
Siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual.
Entre el viento y mi raíz, asombro ante lo más fuerte,
el horizonte, la mar».
No puedo acabar esta reflexión sin relacionar esta rápida visión de un irrepetible Eduardo Chillida con la coincidencia en valores a la que ha llegado hoy Mikel Azurmendi formado como muchos militantes en aquellos monumentales seminarios vascos, expulsado de el de San Sebastián a los 22 años, militante de ETA y posteriormente referente en la lucha contra la banda desde el Foro de Ermua y ¡Basta ya!. Antropólogo, formado en la Sorbona, escribió un relato sobre su vida en «Ensayo y error» para regresar a su fe en «El abrazo». «Mi vuelta al cristianismo se debe a que he visto gente buena y he comprendido que España se hubiera hundido sin ellos».
Entre esta gente buena, indiscutiblemente, Eduardo Chilida.
(1) Ed.Herausgeber.
(2) Ed. La Fábrica.2016
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