Opinión

Un general en Nôtre Dame

No. No me refiero al general Napoleón Bonaparte coronándose emperador ante Pío VII,un 2 de diciembre de 1804, ni al Te Deum de acción de gracias por la liberación de París que presidió el también general De Gaulle el 26 de agosto de 1944. Me refiero a la designación del general Jean Louis Georgelin (1948), ex jefe de Estado Mayor de la Defensa (2006-2010) y ex gran canciller de la Legión de Honor (2010-2016), para dirigir los trabajos de reconstrucción de Nôtre-Dame, auxiliado por un veterano diplomático Stanislas Lefèbvre de Labouyade (1946) y lógicamente por el arzobispo de París, Michael Aupetit. Nombramiento impensable en España.

Siempre he admirado el sentido de estado de los franceses. Y ahora han vuelto a demostrarlo no solo con el nombramiento del general, sino dando una lección de unidad a la que se han sumado creyentes como no creyentes y políticos claramente opositores a Macron, como Mélenchon. Los límites entre el Estado y la Iglesia están fijados en Francia desde 1903. Todos los templos son estatales, las parroquias dependen de los ayuntamientos, las catedrales de la administración central. De ahí las responsabilidades que deben asumir hoy los poderes públicos que no solo tienen en su cabeza los problemas de la recuperación y el tirón turístico que representaban 13 millones de visitantes al año, sino la agenda de los próximos años con unas elecciones presidenciales en 2022 y unos Juegos Olímpicos en 2024. Este envidiable sentido de estado explica que respeten la tumba de Napoleón en los Inválidos, aunque el corso condujese a Francia a un montón de guerras; como se comprende que en Nôtre-Dame se oficiasen los funerales tanto para cristianos como Pompidou o De Gaulle, como para un agnóstico François Mitterrand.

No es que la catedral parisina no hubiese sido testigo de desgracias a lo largo de sus largos siglos de historia: durante la Revolución Francesa se destruyó la Galería de los Reyes y el interior fue saqueado; en los días de la Comuna (1871) los revolucionarios formaron una pira con los bancos con la intención de provocar un incendio que ni siquiera alcanzó a los muros del edificio. Pero se libró de los estragos de las dos guerras mundiales, especialmente de la retirada alemana en la Segunda, cuando el general Von Choltitz, desobedeciendo órdenes de Hitler, evitó que «ardiese» el París histórico comenzando por la destrucción de sus puentes.

Al agradecer el esfuerzo y la eficacia de los Sapeurs Pompiers de París –una Brigada del Ejército al mando de un general de Ingenieros– Macron les recordó los valores europeos y universales que habían protegido en aquel esfuerzo de 400 personas durante quince horas: «Gracias por los riesgos que aceptasteis correr; el país y el mundo entero nos miraba y habéis sido ejemplares; el ejemplo perfecto de lo que debemos ser». La Brigada, de reconocido prestigio, se debe a una iniciativa de Napoleón III, que al diseñar el nuevo París que ha llegado a nuestros días, situó estratégicamente sus acuartelamientos a fin de que pudiesen actuar en el menor tiempo posible. Continúa hoy esta cultura que se puso a prueba en Nôtre-Dame.

No obstante, asumida la tragedia, trazadas las grandes líneas cronológicas y económicas para su recuperación, me pregunto: ¿cómo en 2019 pueden producirse estas negligencias? En base a una sencilla experiencia en la recuperación de un Hospital Naval inglés de 1711 ubicado en la Isla del Rey en el centro del Puerto de Mahón que ha exigido informes de Costas, Medio Ambiente, Cultura, de la Agencia de Seguridad Aérea, del Ministerio de Defensa, de recursos hídricos, de servicios arqueológicos,( la mayoría de los informes a cuatro niveles, municipal, insular, balear y estatal) me pregunto: ¿Cuántos informes exigió el proyecto de la actual obra de restauración de Nôtre Dame? ¿Cuántos brillantes arquitectos y empresas estaban comprometidas?; ¿cuántos millones presupuestados? Todo, tan brillante, tan burocráticamente perfecto, para que al final, alguien se dejase una conexión eléctrica al descubierto, o no se prestase la menor vigilancia en la zona de obras, teniendo en cuenta que el paso del Sena por Paris siempre arrastra vientos, componente vital para la combustión. Es decir que lo que durante siglos los Obispos mantuvieron en pie con escasos medios y sin acudir a sabios «unescos» y la pléyade de vividores que vegetan a su sombra, nuestra sociedad burocratizada y altamente cualificada, permite que se destruya en quince horas. ¡Siglos, en horas! ¡Para reflexionar!

No descarten que ahora aparecerán los insustituibles, los que ya advirtieron de los peligros porque perdieron el concurso o los tontos que consideran que el monumento debe dejarse así en su ruina, como si se tratase de otra Hiroshima.

A todos deberás dar respuesta Jean Louis. ¡Suerte, mi general!