Opinión
Ganar o perder, vaya dilema
En la vida, no siempre se logra el objetivo que se persigue (para muestra los resultados electorales recientes). Es más, no lograrlo no es sinónimo de fracaso. Ahora bien, no todos salen a ganar. Los hay que salen a perder aunque no lo sepan. ¿Cómo diferenciarlo? Cuando «salimos a ganar» aceptamos que habrá resultados no deseados (fracasos), que tendremos que lidiar con obstáculos, y nos tendremos que esforzar. Los ganadores son aquellos que perseveran, se agarran a su objetivo, y a la vez, van rectificando el rumbo, variando la estrategia, como hace un avión, hasta alcanzar lo que se proponen. Un ingrediente básico es llevarse bien con la frustración: fluir es clave. Hay personas que, al menor contratiempo, se frustran, se vienen abajo, y desisten en su empeño. La frustración es resultado de una autoestima (amor propio) poco consistente que les aboca a vivir muy pendientes de la opinión ajena, de agradar a los demás, y cuando no consiguen lo que se proponen, lo viven como un fracaso al observarse a sí mismos con los ojos de los demás y posicionarlos como «críticos torquematianos». No podemos agradar a todos, ni falta que hace. La solución pasa por aprender a llevarnos bien con la frustración que se genera cuando se nos escapa eso que anhelamos. A veces, un «no» es lo mejor que nos puede pasar, dado que puede contener la semilla del triunfo, siempre y cuando, aceptemos la responsabilidad en los resultados y nos enfoquemos en hacerle un reencuadre –convertir un obstáculo en una oportunidad–, a nosotros y a la situación. La resilencia –resistir, perseverar–, es otra capacidad imprescindible en momentos de frustración que fortalece la autoestima, facilita el creer en nosotros mismos y el perseverar no importando lo que otros piensen. Los ganadores siempre tienen un plan, y los perdedores, una excusa.
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