Opinión

Adiós a Rubalcaba, 'finezza' y sentido de estado

Siempre

se ha dicho que en España 'se entierra muy bien'. Esta semana que acabamos de

dejar atrás nos deja la muerte, repentina, sorpresiva y prematura, de uno de

los políticos más importantes en la historia de nuestro país desde la

reciente Reinstauración de la democracia: Alfredo Pérez-Rubalcaba. Fue él mismo

quien, no hace demasiados años, dejó escrita en el aire para la posteridad la

sentencia que acabo de enunciar. Se refería el bueno de Rubalcaba a la cantidad

exagerada de elogios, algunos sinceros y otros francamente hipócritas que se

vierten sobre la figura artística, política, deportiva, literaria o del ámbito

que sea, que nos haya dejado. Siempre repito lo mismo: ¡Las alabanzas en vida!

El hecho

que nos ocupa es que, el veterano líder socialista desaparecido, con sus luces

y sombras -que sin duda habrán existido- ha sido para mí el político más italiano de cuantos he conocido en la vida pública

española. Un político de raza: implacable con los contrincantes y casi

indestructible en la arena del debate y la confrontación electoral o

parlamentaria, pero que a la vez era capaz de fundirse en un abrazo con quien

fuera de la oposición. Un abrazo cordial, humano, franco y sincero. Las

palabras de cariñoso recuerdo que le han dedicado estos días Rajoy, o Rivera,

son la mejor prueba de cuanto digo. Todos ellos han sido capaces de separar

claramente esa parte de 'lucha política' de los aspectos personales.  

Es

imposible escribir la historia de los últimos 37 años del PSOE y de España, sin

hacer referencia a la figura de Rubalcaba. Ya apenas superada la treintena, en

su primer cargo de relevancia, como subsecretario de Estado de Educación con José María Maravall como ministro, se enfrentó aquellas

huelgas estudiantiles lideradas por personajes como el ‘Cojo Manteca’. Para un exatleta estudiantil como él, fue el primer

obstáculo de los que tuvo que superar hasta llegar al estrellato político con

una etiqueta que nunca le abandonaría: la de ser siempre el más inteligente.

Ministro

de Educación y de Presidencia con Felipe González, pasó a responsabilizarse del

partido cuando los socialistas fueron desalojados del poder, en 1996, por José María

Aznar. Cualquier otro hubiera dado por concluida su labor. Pero a Rubalcaba le

quedaba una segunda y fructífera vida política.

Un Talleyrand, un Fouché... un Andreotti...

Maquiavélico, mejor estratega en la sombra

que en la luz, mejor organizador que líder e insuperable táctico, cual moderno Fouché... o redivivo Talleyrand. Así

fue el último vicepresidente del Gobierno con Zapatero y candidato socialista

las generales de 2011. Fue un personaje que él mismo se autoconstruyó, llegando

a caricaturizarlo hasta límites insospechados. Aquella famosa discusión en un pasillo del Congreso con el diputado popular

Carlos Floriano en la que el socialista le espetó: 'Veo todo lo que haces y

oigo todo lo que dices', quedará para la historia como una especie de retrato

'de cine negro' del personaje, en el que nadie que le conociera bien creía en

el fondo. Pero era su papel y lo representaba a la perfección. Fue un buen

ministro, también del Interior, fue un buen socialista, fue un buen político y

un gran patriota. Un gran hombre del Sistema, sin duda alguna. De entre el

inmenso legado político que nos deja y al que los españoles le estaremos

siempre eternamente agradecidos, me quedo con dos hitos: el fin de ETA durante

su etapa en Interior, de 2006 a 2011, y su colaboración necesaria, con

insuperable trazo fino de estadista, en la abdicación de don Juan Carlos I, en

la primavera de 2014. 

'En

todo se esforzó y casi todo lo que acometió, lo solucionó' 

Los

nuevos líderes deberán aprender de él a no crispar

la vida política innecesariamente...

a ser duros, sí, pero a no

perder de vista jamás los intereses reales de los ciudadanos. Y es que él lo

fue casi todo en política… todo, menos presidente del Gobierno. Llegó a

convertirse en la 'bestia negra' de la derecha española, parte de la cual, la más extrema, le señaló como urdidor de una fantasmagórica conspiración, que nunca fue tal, en aquellos terribles días de

marzo de 2004.

'España

se merece un gobierno que no mienta' dijo el 13 de marzo de 2004, señalando a

Aznar y a su gobierno de entonces, que se vió expulsados del poder por su mala

gestión de aquellos atentados y por sus mentiras.

Muchos

años después, en 2010, en medio de una terrible crisis económica, Rubalcaba

debió añadir a sus responsabilidades la de hacerse cargo de la Vicepresidencia

del Gobierno y de la Portavocía del mismo para tratar de 'resucitar' a un

ejecutivo socialista ya agónico por la crisis económica. Cómo no recordarle

atado al timón de la nave del Estado, de nuevo afrontando angustiosas huelgas

que amenazaban con paralizar el país, como la de los controladores o la de los

camioneros, asegurando a la ciudadanía que los suministros básicos estaban

garantizados.

En

2012 fue elegido secretario General del PSOE, en el Congreso de Sevilla, derrotando

a Carme Chacón, también desaparecida. Meses antes había

sido candidato a la Presidencia del Gobierno, resultando derrotado por Mariano

Rajoy. Permaneció al frente del partido hasta el Congreso Extraordinario de

julio de 2014, en que cedió el testigo al hoy jefe del Ejecutivo Pedro Sánchez,

tras los malos resultados en los comicios europeos de aquel año. Se hubiera ido

antes, pero era tal su ascendente, que el entonces Rey Juan Carlos le había

pedido que aguantase algunas semanas más al frente de su formación; hasta que

el Monarca anunciara su abdicación el 26 de mayo de 2014, como he esbozado más arriba.

¿Y

ahora… a quién vamos a llamar?

A

partir de ahí, volvió a su humilde puesto de profesor de Química, a su sueldo

de funcionario, y a ver la vida pasar desde un discreto anonimato, aunque seguía

influyendo. Me impresionó escuchar en su capilla ardiente una frase que define

muy bien sus últimos años. Un destacadísimo personaje político le decía a otro: '¿Y ahora... a quién vamos a llamar?' 

El

pasado miércoles, 8 de mayo, ese privilegiado cerebro de don Alfredo, cansado

ya después de toda una vida funcionando sin tregua 24 horas al servicio de España,

debió de susurrar al oído de este cántabro de 67 años,

en voz muy tenue, el mismo que empleaba su dueño al que nadie escuchó jamás

levantar el tono: ‘No puedo más’… y casi en silencio, con la discreción que a él

le adornaba, se apagó para siempre. 

Son

muchos los que han dicho: 'Ha tenido que morirse Alfredo para que nuestra

actual 'clase política', la vieja y la nueva, reaccionara y reflexionara sobre

el grado de crispación y enfrentamiento al que, entre unos y otros, nos han

llevado. Ojalá su muerte, traicionera y repentina, nos devuelva -les devuelva-

la cordura a nuestros políticos. me permito cerrar esta pieza parafraseando al

expresidente Felipe González

que a su vez tomaba la cita de García Márquez: 'Su muerte, ha interrumpido una

conversación que empezamos -González y Rubalcaba- cuando él tenía 25 años y yo 35, y que no había cesado jamás'... yo diría que, la muerte de Alfredo Pérez-Rubalcaba,

ha interrumpido la conversación que él había

iniciado con España y con todos nosotros hace 67 años.

Descanse

en paz.