Opinión
Nadie quiere la guerra
¿A quién creer? Estados Unidos aseguró ayer que su dron derribado surcaba espacio aéreo internacional. Teherán dice que no. Washington presenta imágenes que parecen mostrar seriamente que los petroleros noruego y japonés fueron atacados por Irán. Uno, sin embargo, puede tomarlo todo con bastantes reservas. Washington es maestro en intentar desplegar como irrefutables pruebas que luego se demuestran que han sido fabricadas por sus servicios. El incidente del golfo de Tonkin de los años 60 era una engañifa, ningún buque estadounidense había sido atacado por el enemigo asiático de Estados Unidos del momento. Pero sirvió para que el presidente Johnson tomara represalias bombardeando. En la primera guerra del Golfo hubo un despliegue de falsedades. Naciones Unidas había condenado a Sadam Husein e incluso autorizado a que se le metiera en cintura militarmente. Sin embargo, el Pentágono, para ganar mayor apoyo popular mundial, montó fotografías de un pingüino casi ahogado por el petróleo derramado por los iraquíes y sacó a la hija de un ministro de Kuwait, que resultó una excelente actriz, denunciando que los invasores de Sadam habían hasta cortado la electricidad de las incubadoras de bebés del hospital de Kuwait. Todo era falso. En la segunda guerra del Golfo, que España apoyó políticamente, el bueno de Colin Powell hizo un papelón en el Consejo de Seguridad asegurando que el dictador iraquí tenía las armas de destrucción masiva y aportando confusas pruebas. Tampoco era cierto. Sadam las había tenido e incluso utilizado contra los kurdos y su propia población, pero en ese momento las había destruido. El material que la CIA proporcionó a su secretario de Estado era endeble. Él debía notarlo. Ahora contamos con mejores fotografías y satétiles capaces de recoger en imágenes más fidedignas de lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia. Estados Unidos tiene multitud de drones en el aire en todo momento. Vemos que los dos petroleros fueron atacados y ardían parcialmente. También que lo que parece una lancha de la Guardia Revolucionaria iraní está retirando algo del casco de uno de ellos. ¿Una mina que no ha explotado? Sin embargo, no hay pruebas fehacientes que muestren que fueron ellos los que atacaron al buque y el capitán del barco japonés afirma que la impresión que tenían él y su tripulación es que fueron alcanzados por un proyectil llegado por el aire y no por una mina. El americano Mike Pompeo afirma que Irán está detrás de la agresión. El iraní Rohani sostiene que todo es una patraña yanqui, un invento como el de Tonkin. La guerra de propaganda de Teherán y Washington está desatada y el mundo alarmado. Por el estrecho de Ormuz, en cuyas cercanías se encontraban el dron destruido, los dos buques y otros cuatro atacados en mayo, pasa el 35% del comercio del petróleo del mundo y 20% del de gas.
Sin embargo, no parece que ni a Irán ni a Estados Unidos les interese entrar en una conflagración abierta. Los iraníes, asfixiados ya económicamente por la sanciones, saben que tendrían todas las que perder. Trump, de su lado, conoce el avispero de Oriente Medio en que se adentraron sus predecesores y colige acertadamente que cuando ya se han perfilado sus rivales para la reelección, es decir estando en la precampaña electoral, sus votantes no apreciarían que se metiera en otro lío. No hay votos en ese caladero a no ser que fuera una guerrita barata de cinco días. Duraría más y no sería barata. Hay otro dato importante: influyentes medios de información estadounidenses creyeron lo de las armas de destrucción masiva. Muchos, como «The New York Times», no lo cuestionaron nunca. Posteriormente mostraron su irritación. Ahora, con la profunda tirria que les produce su presidente, a veces pierden la objetividad al juzgarlo, vigilan cada movimiento suyo y se muestran equidistantes en la guerra de propaganda. Aunque hay halcones en el equipo de Trump, sobre todo su asesor Bolton –que querría barrer a los ayatolás–, puede que el presidente sólo intente convencer a sus aliados de que Irán es un estado pirata. Eso aporta mayor credibilidad a su deseo, obedecido a regañadientes por muchos, de que hay que seguir apretando el dogal de las sanciones. Gran Bretaña ya ha comprado que el ataque a los petroleros era obra de Teherán.
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