Opinión

El problema es de Sánchez

Se le notaba en la cara la noche del 28 de abril. Al presidente del Gobierno en funciones se le apreciaba un rictus de preocupación acompañando a la algarabía de ser el partido más votado y al entusiasmo desbordado de sus seguidores concentrados ante la sede de Ferraz. Mi amigo Rogelio y yo nos preguntábamos el porqué de esa contracción muscular. ¿Por los gritos unánimes de los centenares de personas «con Rivera no, con Rivera no» cuando intuía el contratiempo que aquello suponía para formar la mayoría absoluta deseada por amplios sectores sociales y por los conocidos como poderes fácticos: CEOE, Ibex 35, medios de comunicación...? ¿O porque esa victoria podía interpretarse como pírrica, ya que los 123 escaños eran los mismos de Mariano Rajoy en diciembre de 2015, y se vio obligado a una segunda convocatoria seis meses después? El dilema es duro: aceptar la exigencia de ministerios por parte de Podemos y acometer a la vez negociaciones vergonzosas con los partidos que le apoyaron en la moción de censura. O afrontar en solitario, con el fracaso en el horizonte, la investidura para cargarse de razón y culpar a otros, sea Podemos, Ciudadanos o PP, de ir a unas segundas elecciones. Igual se aclaraba el panorama. Uno de sus problemas emerge de su querencia hacia vía zapateril, de compartir y fomentar con la izquierda radical el odio hacia Ciudadanos y PP, propiciando así que ninguno se fíe de él, menos aún cuando ha demostrado con hechos no tener inconveniente en caminar con comunistas, independentistas y pseudoterroristas. Por si había dudas, cuando más suplicaba el apoyo del centroderecha, ahí queda lo de Navarra. En cualquier caso, el problema es suyo. Así es la vida.