Opinión

Generosidad, sí; abrir las puertas, no

El caso del «Open Arms» se repetirá. Lo alimentó la postura propagandística del gobierno de Pedro Sánchez en el tema del Aquarius pero, seamos honestos, existiría incluso sin él.
Nuestro Gobierno hace un año sintió que su corazón se conmovía, podía hacer algo para calmar su conciencia y, más importante aún, podía mostrarse ante la opinión pública como un Gobierno solidario, humano, bueno frente al egoísmo de otros europeos.
Nuestros gobernantes posteriormente se han despertado. El «efecto llamada» era inevitable. Los móviles de los llegados con aquel barco empezaron inmediatamente a echar humo, es decir, señales de humo que contaban a amigos, hermanos y cuñados: «Entramos, pagad lo que sea a los traficantes porque una vez que estéis en un barco en el Mediterráneo, alguien, probablemente España, os recogerá. No os van a dejar ahogaros».
Resulta, sin embargo, que los otros europeos son egoístas. Unos, como Alemania y Suecia, están saturados. Otros no quieren saber absolutamente nada de unos emigrantes que les parecen difícilmente asimilables. Y casi todos se han dado cuenta de que muchos de los que llaman a la puerta, la mayoría, no huyen de ninguna persecución política o de una guerra sino, simplemente, de la miseria. Piensan que en Europa, incluso como manteros o marginados, van a vivir mejor que en su país. Los demás europeos miran para otra parte, mientras los fronterizos, Grecia, Italia (¿ piensan ustedes que Salvini no tiene apoyos en su país?), ahora España, ven llegar las pateras, los barcos, gente saltando las verjas de Ceuta, etc. Esa es la realidad. La diferencia de nivel de vida entre África y Europa, como entre México u Honduras con Estados Unidos, es de tal magnitud que muchos jóvenes, o los padres de menores de edad, en cuanto ven que hay un resquicio en la puerta de entrada, un leve resquicio, intentan entrar. Y lo van a seguir haciendo. Trump reacciona con ribetes racistas, con zafiedad, pero no se equivoca en dar a entender que él no tiene que abrir la puerta porque en Honduras, El Salvador o Méjico haya violencia o miseria.
Nosotros tenemos un problema parecido. El muro de Trump es nuestra valla en Ceuta y Melilla. Su Latinoamérica es nuestra África. Los emigrantes oyen, ven en la tele nuestro desarrollo y, con peligro, quieren entrar. Y no podemos abrir las puertas de par en par. Entrarían decenas de miles cada día, no exagero. Podemos y debemos admitir un número generoso, que probablemente necesitamos para nuestro desarrollo y dada nuestra pobre fertilidad. Hay que ser generosos aun a riesgo de pasarnos un poco pero admitir todo barco, toda patera, todo el que intenta cruzar la valla es contraproducente. ¿Cuantos «menas» podemos admitir, cuántos jóvenes sin ver sus antecedentes, cuántos puede absorber nuestra economía sin tensiones graves,

incluso racistas?
Se abre algo la puerta, pero nunca del todo.