Opinión

La España boba

En la historiografía de nuestra hermana República Dominicana, más desconocida en la nuestra, se conoce con este nombre el período que media entre 1809 y 1821. Sin remontarnos a Colón, en los Tratados de Basilea de 1795 que pusieron fin a la guerra entre la Primera Coalición europea y la Francia Revolucionaria, España, invadida hasta Miranda de Ebro, cedía una vez más la parte oriental de La Española a cambio de la retirada francesa de Guipúzcoa. En 1801 el general haitiano Toussaint se había proclamado Jefe Supremo de la Isla «una e indivisible», cuando un año después el General Leclerc, cuñado de Napoleón, desembarcaba en Samaná con 16.000 efectivos ocupándola en nombre de Francia. Ello no impidió que en 1804 Haití se declarase independiente. No obstante, en Octubre de 1808, Juan Sánchez Ramírez con el apoyo de nuestro Capitán General de Puerto Rico, desembarcaba en El Seibo al grito de «viva Fernando VII» y el de una escuadra inglesa que bloqueó el puerto de Santo Domingo, reincorporó la parte oriental de La Española a nuestra Corona, lo que constituyó un indiscutible ejemplo de lealtad a una cultura, una lengua y una religión.

Poco podían hacer nuestras Juntas Provinciales y la Suprema Central en 1808 y años sucesivos, máxime cuando desde 1814 hasta 1820 Fernando VII destruyó toda la obra liberal nacida en las Cortes de Cádiz. Y se resintió lógicamente la Dominicana con reducción de su comercio y producción agrícola, tabaco, maderas y café; con una ruinosa ganadería en la que el hato había sido sustituido por el tabaco y los cortes de madera, especialmente la caoba; con la ausencia de dinero corriente que propició el trueque como forma de subsistencia. Trece años, hasta 1821 de una España ausente, en la que ni siquiera llegaba el «situado» para pagar a sus funcionarios, por la indiferencia con que se vio la suerte y el porvenir de la más fiel y leal de sus colonias.

Por supuesto estamos a más de 200 años de distancia. Pero hay constantes que no han variado, especialmente cuando hablamos de ansias de poder, de lealtades, crisis económicas, espíritu de servicio a la comunidad, políticas de Estado, de rumbo hacia el futuro pensando más en las nuevas generaciones que en las pasadas.

¿Son tan diferentes hoy las ansias de poder respecto a las de Godoy? Un magistral Caín en una de sus viñetas ponía en boca de un político: «Nunca soñé ser un profesional de la política, sino del poder». En otra, se lamentaba: «Ya es mala suerte: tener seguidores más mediocres que mi propia ideología». Los términos cambiados: no hablamos de servicio al bien común ni de lealtades; hablamos de sed de poder, de abandono de responsabilidades, de suertes, de mediocres.

Otra vez, la España boba:

-en la que se encuentran felices quienes ostentan el poder en funciones, porque no deben dar cuenta a las Cortes, porque tiran de talonario aunque la Deuda Publica aumente peligrosamente, porque su erótica del poder no tiene límites.

-en la que ante próximas fechas que pueden marcar nuestro porvenir político, incluida la de la Sentencia sobre el 1 de Octubre, se frivolice sin conocimiento y sin el menor sentido de la responsabilidad.

-en la que se aparentan aptitudes en titulaciones vanas, cuando se abandonan actitudes de sacrificio, entrega y servicio al bien común.

-en la que son fundamentales la imagen de éxito y las sonrisas huecas, por encima de lo que es realmente valioso como la rectitud de conciencia, la responsabilidad, la mano tendida, la palabra dada.

-en la que no queremos oficialmente ni atisbar un retraimiento económico, cuando siguen planeando los tristes resultados de la crisis anterior de la que debimos sacar lecciones aprendidas

-en la que se decide sin reflexionar a ritmo de tuit o con el corrosivo anonimato de un mensaje lleno de odio o venganza. Y si se habla, hacen buena aquella frase de Mark Twain que nos recordaba hace unos días Mikel Buesa: «Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar la duda». ¡Tantas estupideces se lanzan!

-en la que en la mezquindad en que nos movemos políticamente «hay siempre un fondo de envidia y resentimiento, aunque sea disfrazado de insolencia y sarcasmo», como también nos recordaba Juan Manuel de Prada.

Tengo la sensación de que políticamente hemos perdido el rumbo. Se pregunta en nuestra prensa local Juan Luis Hernández (1): «Con esta clase política ¿hubiéramos hecho la Transición?». Séneca sentenciaría: «No hay vientos favorables para quien no tiene claro su rumbo». ¿Por qué si en el 78 lo encontramos, no podemos orientar nuestro futuro hoy?

De todos nosotros –seguramente llamados a nuevas elecciones– depende.

(1) Diario Menorca.27 Ago.2019