Opinión
Retrato del miedo
Hace unas horas comenzó la primera jornada del juicio contra la autora confesa por la muerte del niño Gabriel Cruz. Esa primera imagen de Ana Julia Quezada llegando al juzgado, algo cambiada con el conjeturado propósito de mostrarse renovada, es casi lo de menos. La imagen que nos revelaría muchas cosas, entre ellas, la única verdad, solo la pudo observar ella: sucedería ese mismo día, unos momentos antes, cuando la propia Ana Julia encontrara su reflejo en el espejo y lo advirtiera durante unos segundos, puede que incluso menos, dependiendo de lo que allí encontrara. Qué vería, a quién percibiría. Menudo retrato. Esa imagen es la que no puede esquivar una mirada, especialmente la propia. Oscar Wilde lo escribió en «El retrato de Dorian Gray»: incluso el más valiente de nosotros, tiene miedo de sí mismo.
Hay imágenes que ninguno queremos ver porque duelen, avergüenzan y dan miedo. Mucho miedo, sobre todo si nos son inmanentes. Tanto, que nos vemos tentados a deshacernos de esa percepción visual, aunque sea rompiendo el espejo que nos la devuelve. Pero resulta inútil porque hay imágenes que no necesitan de un espejo para ser observadas; existe un soporte más nítido: la memoria. Sin soltar la mano de Wilde, la memoria es el diario que todos llevamos encima, y eso no hay golpe que haga añicos el espejo que encierra la imagen maldita. Eso queda ahí de por vida.
Veremos muchas imágenes hasta el final del juicio, menos la única real. Lo demás, fuegos de artificio, como que Quezada puede ser la primera mujer condenada a una pena de prisión permanente revisable en España. Vaya título. Vaya proeza. Vaya imagen.
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