Opinión

La chica azul

Hay historias que van más allá de su demarcación. La de Sahar, va más allá del fútbol. Sahar Khodayari tenía 30 años y hace días se inmoló frente al juzgado, ante la posibilidad de ser condenada a prisión por asistir a un estadio de fútbol disfrazada de hombre porque, en Irán, la asistencia de las mujeres a los partidos está prohibida. La llamaban la Chica Azul porque ese es el color de su equipo, el Esteghlal de Teherán. Se inmoló con la camiseta puesta.

Su gran pecado no es que le gustara el fútbol, sino su condición de mujer. Sahar se quitó la vida para visibilizar la situación de la mujer en estos países. Se suicidó quemándose a lo bonzo, como hacen las mujeres afganas que se inmolan prendiendo fuego al burka que las envuelve para protestar por la falta de derechos humanos. Antorchas humanas para iluminar una realidad que el mundo observa a distancia. «Donde los hombres determinan el destino de las mujeres y las privan de sus derechos humanos básicos, donde hay mujeres que ayudan a los hombres en su tiranía, todos nosotros somos responsables de la detención y la inmolación de chicas en este país».

Es el tuit que escribió la diputada iraní, Parvaneh Salashouri, emplazando a la responsabilidad colectiva. Por eso, el silencio de la FIFA es ensordecedor. Se necesita algo más que un comunicado lamentando la muerte de Sahar; se requiere levantar la voz y gritarlo. El 23 de septiembre entregan sus premios «The Best». Sería un buen momento para dar visibilidad a Sahar y a su lucha, que debería ser la de todos. En 2022 hay un Mundial en Qatar. Deberíamos ir con los deberes hechos.