Opinión
La cuarta guerra carlista
Es bien conocida la máxima: «El enemigo de mi enemigo, es mi amigo». Ya teníamos claro que España era el enemigo a batir por parte del menguante separatismo catalán. Sin gran sorpresa, el pasado domingo en las campas vitorianas de Foronda, el presidente del PNV, Andoni Ortúzar, rodeado del festivo ambiente de su anual «Alderbi Eguna», se sumó a la declaración de guerra. Bien sabemos que hay que mantener vivo el fuego de las adhesiones partidistas, dando cancha a sus incondicionales. En esto Ortúzar, periodista de formación, procedente del rotativo «Deia» y del sindicato ELA, buen conocedor del alma vasca, manipulador de opinión como demostró siendo responsable de la radio y televisión vascas (EITB), es maestro. Lo borda: provoca, desvía, siembra, olvida lo que no le interesa. ¡Tantos años mirando hacia otro lado cuando ETA asesinaba! ¡Tantos funerales en sus iglesias, debían crearles una sensación de incomodidad –¡que pesados!– a estos personajes que mamaron un nacionalismo rancio en los sobredimensionados seminarios vascos.
Comulgan con los separatistas catalanes contra el enemigo común –España– en esta especie de Cuarta Guerra Carlista. Con la patente de «cabreo vasco», invitan a invertirlo y reconducirlo en «voto vasco». Es decir, barriendo para casa, que unos representantes en el Congreso de los Diputados de Madrid eran rentables.
No obstante, cuando una sentencia del Tribunal Supremo ha modificado el sistema vasco de becas educativas, arremete contra el sistema que pretende igualarlos a los demás españoles. Desconoce el Artº 14 de nuestra Constitución que prohíbe discriminación por razón de nacimiento o raza o el propio 138 en que el Estado garantiza el principio de solidaridad, velando por un justo equilibrio económico, concretando que la diferencia entre estatutos no podrá implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales. Todo lo contrario dijo el domingo Ortúzar: «Euskadi es diferente; mandemos una señal clara, nítida, fuerte de que somos otra cosa y de queremos otras cosas»; «en Euskadi habrá menos becas y de menor cuantía para que no nos salgamos del redil español»; «nos quieren iguales, pero para empeorar»; «es la idea que tienen de su gran España». Al final sentenciará: «Luego querrán que nos sintamos españoles: ¡ni por el forro!».
No entraré a valorar esta última expresión, revestida de medida grosería. ¡Le va el lenguaje chulesco!
Pero si debo incidir en la demagógica interpretación que hace de una sentencia del Supremo. En su interpretación si la Ley les conviene, como la Disposición Adicional primera de la Constitución o los artículos que consagran su régimen especial y derogan las leyes de 25 de octubre de 1839 y de 21 de julio de 1876, la acatan. Pero si no, estimulan a las masas a exigir entre una bien regada comida de compañerismo: «Euskadi es otra cosa». «Somos una nación en construcción, una nación que quiere seguir avanzando», ignorando la sentencia del Tribunal Constitucional de julio de 2010 sobre el Estatut de Cataluña que declaraba: «La Constitución no reconoce otra nación que la nación española».
No me remontaré a Santo Tomás o a Grocio para defender la necesidad de respetar la Ley. Me apoyo en una conocida novela de Tom Wolfe, llevada al cine por Brian de Palma en 1980 con el título «La hoguera de las vanidades». De ella extraigo una definición que viene bien para rebatir el discurso del presidente del PNV. La pone Wolfe en boca de un juez que en la película encarna magistralmente Morgan Freeman: «La ley es el débil intento del hombre por sentar los principios de la decencia». Las dedica a un brillante agente de bolsa de Wall Street –Tom Hanks en la película– una especie de «amo del universo» que tras un fortuito accidente al sur del Bronx, conocerá lo que es la traición, el chantaje, la mentira. En resumen la falta de decencia.
Y en esta falta de decencia me detengo. Porque jugar a estas alturas a no reconocer las ventajas de un partido que ha jugado a babor y estribor con las mayorías de cada momento e incluso con ideólogos y herederos de una banda asesina no es un ejemplo de decencia. Un ejemplo reciente lo ratifica: se apoyan unos Presupuestos Generales del Estado con una formación política y a las pocas semanas se suscribe una moción de censura con la opositora.
No sé hasta que punto la unión de enemigos puede significar una alianza entre amigos. No siempre la Historia lo ha ratificado. Pero no es bueno jugar con el fuego de la amenaza de otra guerra carlista. Es cuestión de decencia.
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