Opinión
Zaragoza y su Academia General
Por supuesto la actual Zaragoza no es la que conocí por primera vez en 1959, ni la forma de incorporarme a su Academia General Militar, semejante. Eso sí: sigue siendo ciudad hospitalaria, de gentes nobles y abiertas. Desde mi Menorca necesitaba entonces, una noche de barco entre los puertos de Mahón y Barcelona, un largo día de escala en la Ciudad Condal para luego, casi de noche, subirme a un vagón del «shanghai», aquel tren de largo recorrido de Renfe que vía Ariza y Valladolid unía Cataluña con Galicia. A las 3 de la madrugada, hora ideal, paraba en Zaragoza. Otra vez, ganar tiempo hasta el primer tranvía que nos «subía» a la Academia. Por supuesto hemos mejorado. Los aviones suplen a los barcos de Trasmediterránea, y el Ave –puntual, limpio, silencioso– a aquellos vetustos y entrañables correos.
Ha llevado otra vez a la Academia General Militar un residual grupo de veteranos de su XVIII Promoción, que conmemoraba los sesenta años de su ingreso en ella. Iniciaban una nueva vida, marcada por el espíritu castrense. La actual calidad de vida permite estas conmemoraciones de seis décadas, algo que generaciones anteriores tuvieron que cerrar a los cincuenta o incluso a los cuarenta años.
Nuestra presencia no tenía carácter institucional, algo que sí marcaría visitas anteriores de claro carácter oficial que no podían albergar como ahora la objetividad que dan los años y la experiencia. Sí tenía lógicamente un marcado carácter emocional y casualmente testimonial. Emoción en el reencuentro, en el recuerdo de los ausentes con los que se compartieron momentos difíciles. Entre los componentes del grupo, el mando de la primera misión de paz en 1989 en Angola, un Medalla del Ejército ganada en Guinea, el jefe de la primera Agrupación formada por la Legión que llegó a Bosnia, un título de hijo adoptivo de la ciudad de Mostar ganado por su política de acercamiento entre sus dos comunidades, un Jefe de Estado Mayor del Ejército; un 30% de sus componentes doctores o licenciados universitarios, seis de ellos Ingenieros Politécnicos; un Secretario General y varios componentes del CESID/CNI; responsables en diversos niveles de misiones internacionales bajo bandera de Naciones Unidas en Kosovo, El Salvador, Nicaragua, Mozambique, Kurdistán, Bosnia... Hoy muchos de ellos dirigen Bancos de Alimentos, Manos Unidas o están comprometidos con entidades sin ánimo de lucro y beneficio social. No. Ninguno de ellos aportaba grandes dividendos o beneficios en bolsa. «Religión de hombres honrados», les llamaría Calderón de la Barca
Lo testimonial vino por la conjunción en el patio de armas de la Academia de dos de sus tres batallones de alumnos que actualmente cursan estudios en ella, con el sobrio grupo, silencioso, sin especial protagonismo, que formábamos los veteranos. Aquel día los nuevos cadetes recibían de manos de compañeros de segundo curso, el sable que les confería la condición –y las responsabilidades– de caballeros. Se lo trasladó su General Director –Carlos Melero– recordando la tradición del nombramiento que se remonta al siglo X.
Yo sentía a mi alrededor junto a cierto crujir de articulaciones que antaño soportaron a brillantes paracaidistas, montañeros, legionarios, nómadas y operaciones especiales, el aliento joven y alegre de aquellos jóvenes de escasos veinte años. Me preguntaba entre el respetuoso silencio de aquel querido recinto qué porvenir les depararía el futuro. Si nosotros que salimos con destinos en la Península y las Islas, con horizontes limitados por el Pirineo y al Sahara y acabamos operando en África, Asia, Centroamérica y Medio Oriente, ¿qué horizontes se dibujan ante ellos?
Constatamos que el carácter vocacional de estas jóvenes promociones no se había perdido, aunque hubiesen cambiado las reglas de aptitud. Las notas de acceso a la carrera, incluido un buen nivel de inglés, son selectivamente altas; se han distribuido sus estudios entre materias militares y civiles con objeto de facilitarles una titulación civil al mismo tiempo que el grado militar. Quiero pensar que algunos reformadores lo hicieron de buena fe. Pero coincidí con algún responsable de Defensa procedente de alas radicales de su partido como el «Nunca Mais» gallego, del que no me atrevo a certificar su buena fe. Porque querían romper, y no lo consiguieron, el principal componente de la milicia: su actitud, su carácter vocacional.
Sesenta años de nuestra reciente historia unían este pasado lunes a dos generaciones en lo que ha venido llamándose «espíritu de la General», que entraña espíritu de servicio, cohesión, compañerismo, fidelidad, respeto, valentía, caballerosidad. A ciertos lectores les parecerán «horizontes lejanos» los que resalto. Pero, en mi opinión, en momentos difíciles como los que pasamos, y por lo que intuimos, pueden llegar, resaltar estos valores es como inyectar aire fresco a nuestro débil pulso como pueblo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar