Opinión

Medea y su síndrome maldito

Si el ser madre llevase aparejado, por ejemplo, bondad, empatía, compasión, sentido común o amor, ninguna mujer sucumbiría al odio ni sería presa del «síndrome de Medea» (matar a un hijo para castigar al hombre-esposo que la dejó por otra mujer u otras razones). La maternidad ni es vacuna, ni supone la adquisición de capacidades que, de no ser madre, no se podrían alcanzar. Afortunadamente, capacidades, dones, valores, principios, no dependen del sexo, sino del alma. De ahí que haya mujeres y hombres que, a pesar de no haber tenido hijos, sean capaces de amar, nutrir y educar a niños adoptados o cuidar a otras personas. Que hay mujeres maltratadas y/o asesinadas por sus parejas o por psicópatas en cuerpo de hombre, es una realidad incuestionable, como lo es que hay niños golpeados por sus propias madres u otras mujeres (caso de Ana Julia Quezada, asesina del pequeño Gabriel Cruz). Si la ausencia de empatía es síntoma de ciertas psicopatías, la maldad nunca debería ser merecedora de disculpa. La realidad es dura, a veces, insoportable. Negar que una mujer, por el hecho de serlo, pueda ser mala o asesina, no solo es peligroso, sino que, a veces, trae consecuencias terribles e irreversibles. ¿Por qué nos negamos a aceptar esa realidad? No todas ahogan su alma en la maldad, algunas apuestan por compartir la bondad de su corazón. La sociedad actual promueve el «buenismo» –rima con «tontismo»–, alterándose cuando alguien (preferentemente mujer) exhibe el lado siniestro de su psique. Perder a un hijo, para una madre buena, supone un duelo del que no se recuperará jamás. Si la mujer-madre que mata a un hijo es un monstruo, una madre buena de verdad (como la mía) es la mejor de las fortunas.