Opinión
El riesgo
En crónicas parlamentarias, cito de memoria, consta que D. Juan Vázquez de Mella (Cangas de Onís 1861-Madrid 1928) fogoso escritor, filósofo, ideólogo del carlismo durante la Restauración, portavoz parlamentario del Partido Carlista en el Congreso de los Diputados, que en una acalorada intervención desde la tribuna de oradores, dio un manotazo al vaso de agua que le había puesto un ujier sobre el atril. Tras unos segundos de medido silencio reaccionó, comparando lo beneficioso de la cohesión del agua contenida en un vaso que podía calmar la sed y la derramada –estéril como las contiendas parlamentarias– que solo servía para manchar la alfombra. Fue felicitado por miembros de las bancadas propias e incluso de la oposición, por su capacidad de improvisación, aprovechando el incidente para reafirmar sus convicciones patrióticas. Unos días más tarde, comentando con personas de su confianza lo sucedido, con fino humor, confesó: ¡si supieseis cuantos vasos he roto en mi casa, preparando esta intervención!
El pasado día 12 se celebraba con solemnidad en el Paseo de la Castellana de Madrid el tradicional desfile ante las más altas magistraturas de la nación. Como de costumbre al comienzo de los actos un paracaidista descendía con una gran bandera española que posteriormente debía ser izada en un mástil situado frente a la tribuna de SS.MM los Reyes.
Ya sabe el lector lo que pasó. Pero de ello intento extraer consecuencias positivas:
–no hubo daños personales.
–media España se preocupó por la suerte del paracaidista y comprendió el esfuerzo que conlleva pertenecer a unidades de riesgo.
–el Cabo Primero Pozo fue felicitado por los Reyes, recibió un particular beso de la Ministra de Defensa que unió a un noble sentido de la responsabilidad su sensible alma de mujer y sobre todo el abrazo con cariñosa colleja del JEMAD, un hombre que conoce bien lo que son estos riesgos, tras sus largos años de servicio en la Brigada Paracaidista.
Después de todo, el incidente daba un toque humano a la conmemoración. Y por si alguien en tiempos de penurias económicas en Defensa quería quitar el plus de peligrosidad a los paracaidistas, ahora lo pensará dos veces. Estoy seguro que estos días han aumentado las demandas de voluntariado en estas unidades, porque a una parte de nuestra juventud le atrae el riesgo.
Mucha gente habrá comprendido que a pesar de los avances técnicos que no conocieron anteriores generaciones, saltar sobre Madrid desde 1.500 metros, con vientos canalizados por edificios altos, localizar una calle llevando colgada una gran bandera con un peso suficiente para mantenerla desplegada, no es tan sencillo. Y aunque otros ejercicios a menor altitud y en terreno más amplio parezcan menos arriesgados, tampoco lo son, si se salta de noche, si se carga con el pesado equipo de combate o si el lanzamiento es sobre territorio hostil. El bautismo de fuego de estas unidades se hizo precisamente en Ifni, en territorio hostil.
Me detendré en una de las actividades, comunes hace unos años, en que los miembros de aquella Agrupación de Banderas Paracaidistas, luego convertida en Brigada, participábamos en diversos actos para incentivar el voluntariado. Regularmente saltábamos en los CIR, lo que no era del todo positivo, dadas las condiciones en que estaban situados aquellos campamentos de reclutas en zonas altas y ventosas: San Clemente Sasebas, Cerro Muriano, El Ferral… Viendo aquellos aterrizajes forzosos en zonas no precisamente adecuadas, pocas ganas de enrolarse infundíamos entre los reclutas.
Pero otras exhibiciones tenían un carácter más festivo. No puedo olvidar un «salto de precisión» organizado por el Ayuntamiento de Miranda de Ebro con motivo de sus fiestas patronales. Perfecto en coordinación y tiempos, no contó con que el Pancorbo genera imprevistos y racheados vientos. Ya en el aire, siguiendo procedimientos –es muy difícil y arriesgado oponerse a vientos contrarios– con el Ebro a nuestros pies, los paracaidistas optamos por superarlo a favor de viento y aterrizar en la orilla opuesta de la prevista por la comisión de fiestas. Un autobús enviado por el propio Ayuntamiento salvó la situación. Pero a la hora de entregar el premio a la supuesta precisión, se optó por concederlo al paracaidista más antiguo, en este caso el Capitán de Ingenieros Pina. Hombre honesto como pocos, se lo devolvió al Alcalde: «no lo merezco; soy el que ha caído más lejos».
Recupero querido lector el hilo con el que comencé esta tribuna y en las positivas consecuencias del riesgo asumido y el especial aterrizaje del Cabo Primero Luis Fernando Pozo en la Castellana.
Y al igual que Vázquez de Mella con sus vasos de agua: ¿no lo habría ensayado semanas antes en las farolas de su acuartelamiento de Paracuellos?
¡Con todo mi afecto y respeto, mi Primero!
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