Opinión

Retrato de una ciudad

Calles incendiadas cosidas con pespuntes de hogueras de fuego, contenedores ardiendo, sonido de cristales rotos, columnas de humo ascendiendo al cielo, disturbios callejeros, travesías ahumadas, miembros de la policía armados hasta los dientes, padres con su hijos en brazos huyendo de los focos de violencia, barricadas en llamas atravesando las avenidas principales, personas cruzando transversalmente la calle con el miedo reflejado en su semblantes, periodistas protegidos con cascos aferrados al micrófono confiando en la protección fantasma de un brazalete o un chaleco con la palabra Prensa, piedras, adoquines y restos de mobiliario urbano lanzado por los aires y alfombrando finalmente el asfalto; coches calcinados de los que solo queda un esqueleto de hierro negruzco, verbenas de luces azules, rojas y amarillas, un olor a quemado blandiendo la tensión callejera, eco de explosiones, matrimonios mayores y grupos de jóvenes buscando la protección policial para regresar a sus casas, rostros de incredulidad, silencios de impotencia, miradas llenas de ira, brazos en alto y puños cerrados; familias encerradas en casa, asomándose como sombras a las ventanas para después bajar la persiana; políticos sin criterio, pronunciado palabras hueras cuando no incendiarias, personas parapetadas con pasamontañas cubriendo el rostro, con máscaras, cascos y mochilas repletas de utensilios para dar rienda suelta a la violencia, salvapatrias quemando banderas; personas parapetadas en lo alto de las farolas, de los semáforos, arrancando señales de tráficos; cánticos a favor de la independencia, fervor nacionalista; nombre de una ciudad sobreimpresionado en las pantallas de televisión … Así lucía el Sarajevo previo a abril de 1992, en pleno corazón de Europa. No sé si estaban pensando en otra ciudad.