Opinión
Diálogo
Es grave que un presidente del Gobierno salga por la puerta de Urgencias de un hospital público abucheado por el personal. Es grave que tenga que visitar casi a escondidas a un policía al que han intentado matar. Es muy grave que se produzcan manifestaciones a las puertas de ese centro clamando contra algunos ingresados. Es gravísimo que a los miembros de los cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado les hayan arrebatado la condición humana. La gravedad nunca puede ser normal. Todos los esfuerzos propagandísticos de propalar la tranquilidad cuando las pantallas se encienden con los fuegos callejeros es un intento baldío de tomar al personal por idiota. El castellano resuelve esa realidad con un «nos mean y tenemos que decir que llueve». Pedro Sánchez y su Gobierno saben que antes de las elecciones tendrán que salir de la zona de confort de los lugares comunes para tomar alguna iniciativa, para hacer algo sin caer en las trampas de un independentismo que ya no es uno y que no controla a sus elementos incendiarios. Para hacer política hay que generar un escenario en el que se pueda desarrollar y con interlocutores capacitados. Lo digo porque volvemos a escuchar eso del «diálogo sin condiciones», «hablar de todo en el Parlament»…todo son trucos de una clase política sobrepasada por sus huestes. Cuando en 2011 la crisis apretaba los más radicales de entonces decidieron rodear el Parlament. Artur Mas entraba en helicóptero como los del Tulipán bajaban a los pueblos y las ciudades para enriquecer los bocadillos. Para responder a aquello «El Astuto» se inventó lo de la independencia y llegó al teatrillo del 9N. Dejó el tinglado en manos de Puigdemont que apaciguó a esos exaltados intentando dinamitar el orden constitucional. Después de la huida y la cárcel Torra necesita nuevos ingredientes para volver a tomar las riendas pero eso va a ser imposible porque el ala salvaje ya no obedece sus órdenes ni las de la ANC. Sienten de nuevo el miedo de 2011 y ya no hay más conejos que sacar de la chistera. Ya no pueden tomar iniciativa alguna sin poner en riesgo su patrimonio y su vida política y civil. Están rodeados y no son interlocutores válidos para devolver la tranquilidad a las calles. Banalizaron hasta la burla la detención de los CDR que practicaban con explosivo real. Son los «viejos» políticos que van de «enrollaos» y no dejan de ser reproducciones mermadas de sus antecesores. El diálogo ya no es una cuestión de «qué» hablar, el problema principal es «con quién» hacerlo y con la actual clase dirigente catalana no se debe.
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