Opinión

Un debate a cinco despegado de la gente

Lo

visto en la noche del lunes, el tan anunciado ‘Debate a 5’, organizado por la Academia

de las Ciencias y las Artes de la televisión, a pesar de

la gran expectación generada, tampoco pasará a la historia, uno más, por su brillantez. Saben que pienso que hasta que no comencemos a

parecernos a los norteamericanos, al menos en estos ‘pugilatos’ televisivos entre líderes, seguiremos sin avanzar en una mayor madurez, no solo de la política sino, sobre todo, de su comunicación,

en España. Fue todo tan previsible que apenas me parece relevante comentar la

indumentaria de los candidatos; muy tradicional la de Sánchez, Casado y Rivera, variados ternos clásicos con todo a juego, un Abascal descamisado y un Iglesias en su línea; con su típica corbata, no siempre

equilibrada con el cuello de su camisa y su línea más… de

andar por la calle, para entendernos.

Cohesión territorial; ¿solo Cataluña?

Si

desde el principio hubiera parecido claro que la confrontación abierta se situaría entre el presidente

en funciones y el líder del PP, luego no fue así porque ‘el

partido’ enseguida se rompió y todos comenzaron a repartirse estopa entre todos, sin orden ni concierto.

Pero en los primeros compases, Casado apostaba por atacar a fondo a Sánchez, con cierta impostación, pero

contundentemente, al preguntarle de forma reiterada, lo haría muchas más veces, si Cataluña es una nación y concluyendo que el candidato socialista no merece presidir la nación española porque no cree en ella. Sánchez

acusaba el golpe y apenas acertaba a replicar con un 'ya estamos con el

raca-raca'.

Rivera,

como era previsible, atacaba por igual al PSOE y al PP. Al bipartidismo, vamos.

Criticaba el líder de Ciudadanos las cesiones -así las calificaba- que,

durante décadas, según él, han hecho ambos partidos al

nacionalismo.

Era

Casado quien devolvía el golpe pidiendo a Rivera que

no se equivocara de adversario e ironizando sobre si el líder de Ciudadanos cambiaría de opinión antes del término

del debate.

Iglesias

recordaba a Sánchez, coincidiendo por cierto con Casado, pero por el extremo

contrario, sus declaraciones -y suscribiéndolas, claro- que 'Cataluña es una nación

dentro de otra nación que es España'. El candidato

socialista, inteligentemente, esperaba para cerrar esta colección de 'rifirrafes' afeando a Iglesias el colocarse del lado de los que

quieren un referéndum.

El principal mérito

del candidato de Podemos fue desde bien pronto poner sobre la mesa que la

cohesión territorial no afectaba solo a Cataluña sino a otras muchas

comunidades españolas. Me pareció muy acertada esa puntualización inicial.

Santiago

Abascal, por su parte, empezó y terminó el debate hablando solo para los

suyos esgrimía ya desde el principio sus propuestas de siempre: más contundencia, más 155 y más firmeza policial.

Con él se

picó Iglesias, ya desde estos primeros compases. Le dijo que no le admitía lecciones de españolidad: 'Me siento orgulloso de ser español', le decía al de Vox el líder de Podemos, pero no por una bandera muy grande sino por su sanidad

pública. Buen golpe de efecto. Abascal se limitaba a criticar, una vez más, el actual diseño autonómico del Estado.

Como era de esperar, en el bloque económico comenzaba el mercadeo.

Sánchez

anunciaba el nombramiento de una vicepresidenta económica, Casado bajadas de impuestos. Abascal, en una línea parecida, hablaba de expolio fiscal e Iglesias se centraba en el

fraude, habitual discurso de la izquierda contra los poderosos. Aprovechaba por

cierto el líder de Podemos para insinuar que de 'sobres con dinero negro' el PP

sabe más que nadie. Particularmente interesante me parecía la línea de Rivera; proponía

el líder naranja un IRPF 'no confiscatorio' y 'una verdadera revolución social en España': suprimir el 'Impuesto sobre la corrupción en España'. Proponía Rivera, acusando

por igual de nuevo al PSOE y al PP un 'gobierno que no robe'. Buena estrategia

para salir del corsé bipartidista.

Casado se revolvía acusando a C's de 'embarrar el

terreno de juego', de primarias no limpias y de casos de corrupción concretos en algunos municipios de Madrid, como Arroyomolinos o

Valdemoro. Rivera le acusaba de 'cutre'. El centro derecha, enfrentado ya

abiertamente. Sánchez, en silencio y satisfecho. 

Pero

aún quedaba lo 'mejor' en esta parte; Rivera recriminaba a Abascal sus

años cobrando de un 'chiringuito' autonómico de los

que ahora dice querer suprimir. El líder de Vox

solo acertaba a replicar que precisamente por haber trabajado en este tipo de

organismo, sabía desde dentro lo que era el Estado de las autonomías.

Poco creíble Abascal, evidentemente.

Más de lo mismo

hasta aquí: los portavoces del ala de centro derecha se herían, tratando de arañarse votos entre ellos, y el presidente en

funciones recogiendo una vez más, desde su atalaya,

y lanzando puyas -las justas- a Pablo Iglesias para evitar fugas de votos por

su izquierda. Lo de menos era el anuncio de un nuevo Ministerio. Tenía más 'chispa' su defensa frente a Iglesias de Amancio Ortega.  

Pablo

Casado tiraba aquí de viejos 'mantras' liberales: el

socialismo se acaba cuando se acaba el dinero.

Al

final de este tramo, se evidenciaba lo que llevo años criticando: el encorsetamiento

de este modelo: a cada líder le quedaban segundos sueltos

que nadie parecía querer aprovechar, lo que

obligaba al moderador, Vicente Vallés, a pedir a los candidatos que no rivalizaran 'por querer cerrar cada

bloque'. Todo muy envarado y muy poco útil, como se

ve.

El

tercer bloque, dedicado a políticas sociales, fue

territorio para nuevos rifirrafes entre Casado y Rivera, que compiten por el

mismo 'mercado', aunque el líder popular no dejaba

de recordar una clave recurrente en el argumentario de su partido: la congelación de las pensiones que hizo el gobierno de Zapatero en plena crisis. 

Era

previsible eso sí que en él se derivara, de forma inmediata, en la denuncia contra las 'manadas'

y los abusos sexuales y las violaciones, en cuya contundencia todos los

candidatos rivalizaron. Iglesias fue el único que

denunció con contundencia la no presencia de ninguna mujer en este debate.

Punto para él. 

Abascal incidía en otro de sus 'mantras' favoritos: la demonización de la inmigración. Sánchez conseguía

a partir de aquí lo que hasta este punto había parecido imposible en el debate: unir a Ciudadanos y al PP, a los

que acusaba de ir de la mano de Vox. A Casado se le iluminó el rostro: '¿Nos va a dar lecciones de socios, señor Sánchez?'

Las

referencias a Bildu y a Otegui eran de esperar en este punto y Sánchez, que no estaba preparado para esta alusión,

se defendió

como pudo; acusando a ambos de ser 'derecha

cobarde', asumiendo un concepto de Vox, aunque con una intención completamente diferente, como es natural. Un Casado que preguntó, en uno de los momentos tal vez claves del formato si el presidente

pactaría con Torra u Otegui; no hubo respuesta.

El

debate decaía... y aburría ya. Nuevas alusiones

desordenadas y sin tino, cruzadas entre unos y otros, ora a las 'manadas', ora

a los nacionalistas... desde el punto de vista de comunicación política, un horror compartido. Si los candidatos querían que cayera en picado el interés de los espectadores-votantes, lo estaban consiguiendo. Mensajes

'archirepetidos' y ya conocidos: Podemos y su pretensión de intervenir el mercado del alquiler y acordándose... ¡de los militares a los que se abandona en su jubilación y a renglón seguido del maltrato animal! ¿Les parece desordenado?... ¡noooo! (Es una ironía,

evidentemente).

Dos

bloques, en suma, decepcionantes. No ha habido en ellos un auténtico debate, sino una sucesión

de monólogos. Rivera, Casado y Sánchez, tal

vez. Abascal e Iglesias, nulos... en este punto. Poca frescura en estos últimos, por expresarlo de otra forma. 

Si el tercer bloque fue plúmbeo, el cuarto, de 'regeneración democrática', se convirtió

en insoportable. 

Albert

Rivera, es más,

repitió una pregunta que ya le hizo en formato

similar a Pedro Sánchez: '¿Va

a dimitir si hay una sentencia condenatoria por los ERE?' 

Sánchez no

respondía. Ya Casado le había preguntado si iba a

pactar con Junqueras y Torra... el presidente en funciones tampoco contestaba.

El

candidato de Ciudadanos volvía también a pedir, tal como lleva años

haciendo, la reforma de la Ley Electoral. Aquí,

el presidente del Gobierno tiraba a puerta vacía

buscando un balón de oxígeno seguro:

disolver la Fundación Francisco Franco con algunas

dosis de exhumación del dictador y otras de memoria

histórica, para escándalo de Santiago Abascal. Este,

minutos después,

se enzarzaba con Iglesias al exhibir su condición

de ser el único de los cinco que había sufrido

amenazas de ETA y se había jugado la vida. Iglesias rebatía sacando a colación el asesinato por la

banda criminal del padre de una de sus candidatas en Cataluña... ¿quién da más? Patético mercadeo del horror familiar o personal de cada uno que terminaba

en una competición sobre quien respetaba más o menos el orden constitucional y alusiones a la Guerra Civil.

Excelente el corte de Albert Rivera criticando la afición de ambos extremos a mirar al pasado, a 1934 y a 1936, en vez de a

las auténticas

preocupaciones de los españoles. Punto a favor del candidato 'naranja'. 

Un Sánchez, cada vez más desdibujado,

esperaba casi al final para 'recoger los balones', extendiendo el ventilador de

los casos de corrupción de los que era acusado a los

'populares'. El debate ya había enloquecido y la

sensación de muchos podía ser abiertamente la de que los

candidatos empezaban a perder el sentido de la realidad. Hasta el presidente en

funciones se permitía ironizar con la barba de

Casado. Lamentable. 

¿Último bloque? ¡Para qué!

Política exterior en un debate ya pasadísimo de tiempo

Para mí, el debate había concluido. No discuto que la

guerra comercial y las barreras arancelarias, como temas estrella que faltaban

por tocar dentro del bloque internacional no sea de capital importancia, pero

dudo mucho de que ni uno solo de nuestros líderes sea

capaz de plantearlo de forma atractiva y sugerente para la ciudadanía, a la luz de lo que pudimos seguir escuchando después. Y no será porque nuestros agricultores y decenas de miles de emprendedores y

pequeños empresarios no están en vilo por ello...

una prueba más de lo alejados que discurren a veces las necesidades de la gente y

la forma de encararlas, de explicar la realidad, que tienen nuestros líderes. 

Y poco más, salvo los minutos de

oro’…

Los

iniciaba Abascal con sus ‘mantras’, ‘again and again and again’… ilegalizar

a los partidos separatistas o su manido discurso sobre la inmigración ilegal.

Sánchez, con rostro grave, no

abandonaba ese ‘rol’

presidencial que había cuidado durante todo el debate. Apelaba a lo que

suele hacer un presidente en estos casos, aunque la suya haya sido una

presidencia muy atípica:

la estabilidad. No así expresada,

pero sí como

necesidad de un gobierno fuerte y que sea capaz de afrontar los retos del país.

Albert

Rivera, no es nuevo en él, lo sé,

pero siempre que lo ha hecho ha funcionado, se apoyaba en su célebre: ‘siempre

nos dijeron que era imposible… y lo hicimos posible’.

Remataba

con ello una intervención

mucho más

que ‘aseada’.

Un broche final que adornaba una intervención que bien podríamos saldar

con una media de notable.

Casado

apelaba a la mirada directa, ‘de tú a

tú’ al votante: quiero ser ‘tu

presidente’ para desbloquear esta situación, para

recuperar la concordia y para ser el de todos. Para unir España. Tal vez fuera

el ‘minuto de oro’ el más eficaz.

Iglesias

optaba por leer la carta de un joven de Palencia, un ejemplo entre millones de

empleados en precario, sin horizonte de futuro, que no puede acceder a un

alquiler y que reclamaba un gobierno que devuelva el poder de decisión a la

gente, que les represente.

¿Quién ganó? ¿Quién perdió?

La pregunta

obligada siempre al término de un formato de estas

características.

Casado logró un tono que

yo calificaría

de bueno, tal vez mejor en el arranque que el devenir posterior del debate.

Santiago

Abascal fue eficaz porque sus mensajes fueron directamente al corazón de sus

votantes; muy ‘hooligans’

y cómodo

en mi opinión

porque sus oponentes desperdiciaron notables oportunidades

Rivera

remató un

buen debate; correcto en las formas y el contenido, más si se

tiene en cuenta las circunstancias demoscópicas tan adversas que se le

vaticinan. Veremos si es suficiente esta intervención para remontar.

Pedro Sánchez

estuvo en exceso faltón,

con una superioridad digna de mejor causa y nefasto en detalles como la

excesiva dependencia de unos papeles que no dejaba de mirar, ninguneando a cada

uno de sus interlocutores a los que apenas miraba.

Pablo

Iglesias, salvo algunos momentos de brillantez y de propuestas de cierta

inteligencia política,

no me gustó.

A veces parecía

estar fuera de sitio y poco eficaz desde el punto de vista comunicativo.

¿Conclusión? La de siempre

Un debate,

una vez más,

encorsetado. Me duele la boca de decirlo. Insisto en que son formatos de

debates muy rígidos

en los que los moderadores no tienen opción a interrumpir o a repreguntar a

los candidatos, debates que a veces se convierten, a ratos, en infumables

sucesiones de monólogos… debates, en

fin, que no aclaran demasiado al ciudadano, cada vez más perplejo

y cansado de este ‘circo político’ y además, a unas horas francamente

intempestivas. Veremos si en esta ocasión sirve para iluminarnos el camino

posterior al 10 de noviembre para desbloquear España. Me gustaría ser

optimista, pero tengo serias dudas.