Opinión
No le llames fracaso
En la vida no siempre conseguimos lo que ansiamos. No lograrlo no es un fracaso, sino tan solo un «resultado no deseado». A veces, lo que en un principio podría calificarse de «mala suerte» puede, con el tiempo, desvelarse como oportunidad. Erróneamente, el «resultado no deseado» se asocia a una valoración del ser humano y, a quien lo cosecha, se le adjudica el sinónimo de «fracasado». Por eso, a nadie le gusta fracasar. Dado que nadie somos nuestros resultados, cuando asociamos nuestra identidad a los resultados, nos estamos atando una soga simbólica al cuello. Descuidar nuestra autoestima nos hace dependientes de la opinión ajena y, con el tiempo, codependientes emocionales. De esto, a la traición de principios con tal de triunfar, solo hay un paso. Perder o ganar es muy relativo. Todo tiene un precio y una interpretación. No lograr lo que uno se propone puede, perfectamente, ser la antesala de una meta mejor y más conveniente. Siempre y cuando aceptemos lidiar con la frustración y aprendamos a fluir con los acontecimientos. Hace años leí que, en sus inicios, el cómico Bob Hope, viendo que nadie le quería representar al no creer en su talento, en vez de tirar la toalla decidió convertirse en su propio agente. Si nuestra identidad está disociada del resultado podremos asumirlo y darle una solución creativa. Una persona ganadora es aquella que se conduce por la vida con coherencia, sin traicionar sus principios y sabiendo adaptarse a las circunstancias sin perder su identidad, como hace el agua que, en vez de pelearse con los obstáculos, simplemente los reencuadra.
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