Opinión

Lección de optimismo

La extraigo de un pensamiento escrito y enmarcado en el despacho del general Mac Arthur. En los momentos actuales, que invitan al pesimismo, creo importante acudir a su relectura, intuyendo que inspiraba el carácter y fuerza del conocido General.

Estoy cansado, querido lector, de referirme a la intransigencia, a los pulsos por el poder, la deslealtad institucional, la mentira política. No puedo ya intentar encontrar situaciones paralelas a las que vivimos hoy, tanto en el pensamiento de Azaña, como en las firmes y proporcionales medidas tomadas por el general Batet en octubre de 1934 cuando desde los balcones de la Generalitat le mataron a 16 soldados, ni en la sentencia del 6 de junio de 1935 en la que los 15 magistrados del Tribunal de Garantías Constitucionales de la República –no de un Tribunal Militar– condenaban a Companys a 30 años, por rebelión. El ponente –Manuel Miguel de las Traviesas– dejó escrito: «se valió del uso partidario de las instituciones del Estado para desobedecer las propias leyes republicanas y erosionar la base democrática de aquel sistema de gobierno», resaltando además que «muchos de los líderes condenados ni siquiera negaran que el objetivo final era el cambio de régimen». Algo nos suena.

Como tampoco puedo remontarme a la Revolución de Asturias del 34, a la quema de conventos e iglesias y asesinato de religiosos junto al líder de la Oposición Calvo Sotelo, o detenerme en el pucherazo del Frente Popular en las elecciones del 36. Alguien objetará: ¿tampoco de la represión posterior, cuando en Europa continuaba la misma lucha fratricida y se destrozaba a muerte? Pues, tampoco.

Es posible que hoy todo se nos venga encima bajo el punto de vista de un pesimista; pero no descartemos otra visión. No quisiera darle la razón a Karl Marx en frase conocida referida a los dos emperadores Napoleón: «la historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como miserable farsa».

Porque a pesar de todo, entre las energías que se pierden y con un semejante hedor a farsa, busco afrontar nuestros problemas con el optimismo que refleja el texto del despacho de Mc Arthur por su decidida apuesta por el optimismo: «se es joven como estado de la mente, como demostración de la voluntad, como cualidad de la imaginación, el vigor de las emociones, el predominio del valor sobre la timidez, el deseo de aventuras en contraste con el deseo de comodidad». Señala al contrario: «se envejece la mente, cuando se abandonan los ideales y aparecen la inquietud, la duda, la falta de confianza, el temor y la desesperanza, como aceleradores que encaminan el espíritu hacia el ocaso». «Uno es tan joven como su confianza; tan viejo como su desesperación». Mas, «cuando todos los resortes se han aflojado y todos los rincones de tu corazón están cubiertos con la nieve del pesimismo y el hielo de la misantropía, entonces y solo entonces, habrás llegado realmente a viejo…. Y llegado este momento, que Dios tenga misericordia de tu alma».

Tenemos en resumen, dos alternativas: afrontar nuestros problemas con voluntad joven, imaginación, fortaleza, cultura del esfuerzo, vigor, fe y confianza –es decir con valores– o encomendar nuestra alma al buen Dios.

En las reflexiones finales de su «Herencia del pasado» (1) un magistral Ricardo García Cárcel entra en el complejo territorio de «la España que pudo ser». Relaciona «la memoria de los ganadores, dedicada a la construcción de la gloria al servicio de los poderes políticos en cada momento histórico» con la paralela de la «memoria doliente», la de la decadencia y el fracaso. Entre ambas, dice Garcia Cárcel: «se ha cruzado en nuestro país una fijación obsesiva por la historia que no pudo ser, que parte de una identificación sentimental con los perdedores»; añadiendo, «la tentación de la ternura, ha hecho estragos». Y refiere ejemplos en que la ventaja del perdedor histórico ha radicado en su capacidad de seducción como víctima: el Gran Capitán respecto a Fernando el Católico, Antonio Pérez y su apasionante calvario con Felipe II, Don Rodrigo y su derrota en Guadalete. Por supuesto los Comuneros en Villalar o los austriacistas defendiendo Barcelona en 1714. Hace suya una reflexión de José Ferrater (2): «la Historia no es simplemente la realización de ciertas posibilidades o el truncamiento de otras, sino que es la realidad misma», lo que obliga a reconocer una verdad tan simple como: «ciertas cosas habrían podido pasar, pero no pasaron». «Detrás del morbo del pasado, se esconde el viejo problema de la indefinición de la propia identidad», resume.

No. No he roto con la lección de optimismo. Solo pretendo intentar afrontar, siguiendo la guía del general Mac Arthur, las cosas que nos pueden pasar.

(1). Galaxia Gutemberg.2011.

(2). «Reflexiones sobre Cataluña». Ediciones de la Revista de Occidente. 1967