Opinión

De quicio

Soy una persona demócrata, profundamente demócrata. No admiro ni por sus logros ni por sus supuestos beneficios sociales a ningún dictador (que veo que hay mucho dispuesto a reconocer no sé qué cosas a Franco y no sé qué ventajas), no quiero que se vuelva a repetir y no cambio seguridad por libertad. Creo en el Estado de Derecho y me gusta que nuestras leyes hayan sido, sean, garantistas. Estoy dispuesta a pensar que es verdad que la prisión trata de rehabilitar a los condenados y quiero apostar por una justicia en manos de los que saben y dejarla a salvo de los calentones momentáneos. Pero hay algo que tengo que confesarles: el abogado defensor de La Manada saca lo peor que llevo dentro. Miren, yo comprendo que hace su trabajo, que le pagan por sacar el beneficio que pueda para esta panda de mandriles, pero hay límites que en ningún trabajo se deben rebasar. Poner en jaque el trabajo de la Policía Foral de Navarra; ser tan osado, tan temerario como para dudar de la intención de un Policía al que señala como poco objetivo, un Policía que, concienzudamente, investigó los teléfonos de esa escoria hasta dar con la chica de Pozoblanco que aparecía en un vídeo siendo vejada y abusada; tratar constantemente de hacer aparecer a las víctimas como chicas disolutas y encantadas de toparse con esta banda de mierdas; comparar penas de otros casos, incluso sacar para argumentar el caso de los Ere de Andalucía. Todo eso ha hecho este señor que parece encantado de meter aún más leña al fuego del que ya echaron sus defendidos. Y una más: intentar justificar las risas de esta panda de orangutanes (con todos mis respetos a los orangutanes) en pleno juicio, es ya de aurora boreal. Se puede ser un buen abogado defensor y, a la vez, pararle los pies a esa chusma. Se sale menos en televisión, eso también es verdad.