Opinión
Bardem y Merkel
Sí, Javier Bardem se equivocó al insultar al alcalde de Madrid llamándole estúpido. Y por eso pidió perdón, porque el insulto ilegitima cualquier discurso y conversación, dijo. No creo que tenga más recorrido. También los políticos insultan y mienten, y ni siquiera se disculpan.
Está bien pedir perdón cuando se siente, no por interés. Vivimos tiempos donde el perdón está sobrevalorado y adolece de cierta sobreactuación. Se pide perdón como se pide la hora, un café o un clínex: porque toca, porque conviene, no porque haya un remordimiento sincero. Por eso me ha gustado la actitud de la canciller alemana, Ángela Merkel en su visita al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau: no ha pedido perdón, ella no tiene por qué disculparse por algo en lo que no tuvo ninguna responsabilidad, aunque Alemania sí la tenga. Hizo algo más realista, humano y creíble: avergonzarse. Se sintió profundamente avergonzada por los atroces crímenes de los alemanes y recordó que la memoria del genocidio nazi es inseparable de la identidad alemana. El 7 de diciembre de 1970, el canciller alemán, Willy Brandt, se arrodilló ante un monumento en recuerdo de las víctimas del gueto de Varsovia, y aquello se interpretó como un gesto con el que Alemania pedía perdón por sus crímenes. Cualquiera que pise la tierra de Auschwitz y respire el aire viciado por historia y solemnidad, siente vergüenza de lo que la condición humana es capaz de hacer cuando se cree superior y se sabe inmune. Es imposible no sentir vergüenza aunque uno no sea alemán. La vergüenza es un sentimiento más intrínseco que el perdón, y eso lo humaniza más.
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