Opinión
Eisenhower
Se cumplen esta semana los 60 años de la llegada del Presidente norteamericano a Madrid, de su encuentro con Franco, de la multitud que les aclamó circulando en coche descubierto y de las consecuencias políticas que entrañó su presencia. Un buen amigo médico, formado en Suecia, compara el conocido abrazo entre los dos generales –ambos nacidos en la última década del siglo XIX, uno de cinco estrellas, el otro de cuatro– con el de los jugadores de un equipo de fútbol ante un gol en el minuto 95. ¿Por qué?.
Veníamos de una larga travesía del desierto, materializada en las conferencias de Potsdam desarrolladas a partir del 17 de Julio de 1945. Las tres potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial acordaban una especie de finiquito de Alemania: reparto de sus flotas mercantes y de guerra; territorios que pasaban bajo tutela de la Unión Soviética; futuro de Tánger, Siria, El Líbano, fronteras de Polonia y, por supuesto, España. La insistente iniciativa partía de Stalin, ante un ingenuo recién elegido Truman que asentía sin demasiado entusiasmo y solo Churchill apelaba a la «no injerencia en asuntos internos» de acuerdo con la recién promulgada Carta de las Naciones Unidas. Valoraba además Churchill la neutralidad de España en Noviembre de 1942 «en el delicado momento del desembarco angloamericano –operación Torch– en Casablanca, Orán y Argel». Aquella operación la mandó Eisenhower.
Pero Churchill duraría poco. Dejó Potsdam el 25 de Julio pendiente de unas elecciones que perdió un día después en favor de Clement Attlee. Bien conocido en España el dirigente laborista, amigo de Julián Besteiro, había recorrido los frentes republicanos a finales de 1937, dando incluso su nombre a una compañía de las Brigadas Internacionales. El 27 presidiría ya en Potsdam la delegación británica con el tema España sobre la mesa. Al final, solo se resolvería acordar su no ingreso en Naciones Unidas. Quien saldría fortalecido al finalizar la cumbre (2 de Agosto,) sería Stalin: su Unión Soviética controlaría once países, cien millones de habitantes.
Analicemos los «alrededores» de Potsdam y el largo periplo que va de 1945 a 1959.
El 16 de Julio, un día antes del comienzo de las conversaciones, los Estados Unidos ensayaban una –entonces desconocida– arma nuclear en el desierto de Los Álamos. El 6 de Agosto la lanzaban sobre Hiroshima, con lo que se certificaba la rendición de Japón, materializada el 2 de Septiembre sobre la cubierta del «Missouri». Aquí otro general, Mc Arthur, jugó una baza importante: rendir al potente imperio japonés sin apoyos de Rusia. Ya intuía la amenaza soviética, que se manifestó abiertamente en 1950 en Corea.
Los acontecimientos de 1945 –Potsdam, derrota electoral de Churchill y veto en Naciones Unidas– dieron alas a los republicanos españoles en el exilio. Tras la renuncia de Azaña (1939), Martínez Barrio fue elegido el 17 de Agosto Presidente de la República por 96 diputados concentrados en México. Y ante la renuncia de Negrín eligió al farmacéutico, gran amigo de Azaña, antiguo Ministro de Marina, José Giral como Jefe de Gobierno. Pensaron seriamente que el apoyo internacional les permitiría recuperar el poder en España. Pero los vientos no les eran favorables. Un año antes de Corea, unos barcos USA visitaban la Base de Ferrol. En aquel tiempo en otra Base Naval –Mahón– marinos españoles y norteamericanos ensamblaban torpedos y preparaban refugios submarinos pensando ya en la amenaza comunista. En 1951 regresaban oficialmente a Madrid los embajadores americano e inglés. Visitarían España Foster Dulles Secretario de Estado y Nixon entonces vicepresidente, al tiempo que el General Ritgway imponía en Washington la «Legion of Merit» a nuestro General Muñoz Grandes. El Almirante Sherman y los generales Kissner y Juan Vigón prepararían las bases de los tres acuerdos España-USA de 1953. Hablamos de acuerdos no de un tratado, que no hubiera sido aprobado por el Congreso norteamericano. Los «agreements» se referían a suministros de material de guerra, ayuda económica y el más importante, al establecimiento de cuatro bases militares importantes (Zaragoza, Torrejón, Morón y Rota) así como otras instalaciones menores como los escuadrones de vigilancia aérea «para mantenimiento de su propio poder defensivo y el del mundo libre…»
Dos años después (1955) España entraba en Naciones Unidas, con abstenciones y votos en contra, pero sin vetos. El cerco se había roto definitivamente.
Aquel 1959 de Eisenhower tendría otras connotaciones internas: se aprobaba el primer Plan de Desarrollo que conduciría a un importante despegue económico, consecuentemente social. En la cara obscura de la moneda, escindido del PNV el movimiento EKIN se convertiría en poco tiempo en la trágica vergüenza vasca de ETA.
De aquel alejado Potsdam han pasado cerca de 75 años. De la visita de Eisenhower 60. Quizás cueste hoy comprender sus distintos significados. Pero, tozuda, la Historia está ahí.
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