Opinión
«Sentao»
Un amigo venezolano, refugiado político en España, se ha metido a cocinero. Lo digo así para explicar que, en realidad, no era su profesión, pero que la famosa «tarjetica roja» no lleva implícita, como en tantos otros casos que conocemos, la convalidación de estudios. Este amigo ha tenido que aparcar sus dos carreras universitarias y buscarse la vida. Así que, después de un curso y unas prácticas, está de cocinero en un restaurante. Bueno, pues la criatura lo está flipando. No concibe cuánto comemos, cuántas veces salimos al vermú, a picar, a tomar el aperitivo. No puede hacerse aún a la idea de cómo es posible que aguanten estos estómagos patrios toda la tralla que le mete un español en estas fiestas, no le entra en la cabeza la pasta de la que estamos hechos para no estallar, para no enfermar, para no pegar un trueno a estas alturas de mes. Otro amigo, este argentino, pierde la paciencia a eso de la una de la tarde. ¿Pero es que aún no vamos a almorzar? ¿Quedan más tapas? ¿Cuántos bares hay que visitar? ¿Cuántas barras nos aguardan en este Vía Crucis gastronómico? Pero es que, casi sin pausa, llegan los gin tonics. ¡Pero si nos han dado las siete de la tarde! ¡Si yo salí de mi casa a las doce del mediodía! ¿No hay nadie aquí que vaya a retirarse? ¿Otro? Y así vamos pasando las semanas. Hasta después del Día de Reyes, este es el entretenimiento nacional. Quedar con los amigos, ir liándose, y luego Dios dirá. Y aquí tomamos un flamenquín, y allí unas bravas, enfrente unos caracoles y a la vuelta hacen muy bien en bacalao rebozado. Así que, pensando en tonterías que es mi especialidad, he llegado a la conclusión de que la frase más oída durante las Navidades no es «otro año que no nos ha tocado». No, ni mucho menos. La frase más escuchada o, al menos, la más pensada, es un clamoroso deseo. «Quiero comer sentao». Pues eso mismo.
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