Opinión

De Navidad a San Esteban

Común en nuestro lenguaje la relación entre ambas festividades, se asocia a la idea de corto plazo de tiempo, que dura poco, pasajero. En resumen a lo efímero tal como lo define la RAE. De hecho esta palabra procede del «ephémeros» griego, cuyo significado es «lo que dura un solo día».

En este tiempo pasamos ciertamente de la gran conmemoración que anuncia un mensaje de vida nueva nacido en la pobreza, a la sencillez de recordar a un protomártir lapidado en el primer siglo de nuestra era. Muchos interpretan la Navidad positivamente como momento de solidaridad, de reencuentros, cuando otros la relacionan con la ostentación, nuevas vacaciones o excesos culinarios. En mi infancia quienes celebraban San Esteban eran nuestras madres –estas grandes hacedoras del ambiente familiar navideño– porque era día de comida de sobras.

No puedo resistir la tentación, hablando de lo efímero, de recordar aquel famoso intercambio de aguijones entre dos personajes bien conocidos: Bernard Shaw y Winston Churchill. A raíz del estreno de la obra del primero «La Comandante Bárbara» que se estrenaba en el Royal Court Theatre de Londres, mandó dos butacas a Churchill recomendándole: «Venga usted con un amigo….si es que lo tiene». A ello contestó el brillante político y escritor: «Imposible asistir; acudiré a la segunda representación….si es que la hay». Apelaba a lo efímero, a lo que podía durar un solo día.

La Iglesia llamó «Papa Efímero» a Esteban II (752) que murió a los tres días de ocupar la silla de Pedro.

Y nuestros hermanos dominicanos llaman República Efímera a la que nació con la primera independencia del llamado «Haití Español» un 1 de Diciembre de 1821 de la mano de su prócer Núñez de Cáceres, buscando el protectorado de la Gran Colombia. Empeñada ésta en la escisión de Ecuador, poco pudo hacer por ellos. Quien sí se aprovechó de la incertidumbre y debilidad fue Juan Pedro Boyer el presidente del Haití francés que ocupaba –ocupa– la parte occidental de La Española. Al grito de «la Isla, una e indivisible» entraba en Santo Domingo un 9 de Febrero de 1822. Aquella primera república había durado 70 días. El Haití de Boyer seguiría ocupando toda la Isla hasta 1844.

Pero no creamos que tienen los dominicanos la exclusiva de la brevedad. Nuestra Primera República, tras la abdicación de Amadeo de Saboya, no duraría más de un año. Estanislao Figueras ejerció el poder entre Febrero y Junio de 1873; Pi y Margall entre el 11 de Junio y el 8 de Julio; Nicolás Salmerón de Julio a Septiembre y Emilio Castellar del 7 de Septiembre 1873 a Enero de 1874, mes en que tras una votación adversa en el Congreso y la intervención del general Pavía, se dio de facto por finiquitada.

Y no nos son extraños reinados breves como el de Luis I hijo de Felipe V (Enero a Agosto de 1724) y ya en el siglo de Isabel II, son bien conocidos los permanentes cambios de gobierno –cuatro en 1847: Sotomayor, Pacheco, García Goyena y Narváez–, y de ministros, algunos de ellos sin tiempo material para ocupar su cargo. No escapó la Segunda República, con tres gobiernos en 1931 –uno de Alcalá Zamora y dos Azaña– y cuatro en 1933 –Azaña, Lerroux, Martínez Barrio y nuevamente Lerroux.

Con razón Antonio Machado en su «Mañana efímero» (1913) se referiría preocupado por el ser de los españoles. No aparecen en el conocido poema ni alusiones al paisaje real castellano: no hay Dueros, encinas o choperas. Habla crítico de nuestro ayer que desea efímero (1) y clama por una esperanza basada en las «virtudes eternas del pasado y de la raza» que han de recuperarse para el futuro.

No ha desaparecido lo efímero de nuestra vida. Basta observar el flujo y reflujo de nuestras redes. Todo es inmediato. Todo dura poco. Toda promesa es incierta. Toda declaración, pasajera. Lo efímero ha invadido también nuestra vida política. Como estamos en vacaciones no quiero recordar declaraciones que han durado escasos minutos, ni ministros que han durado horas.

El gran enemigo de lo efímero son las hemerotecas y los archivos gráficos y sonoros. Ya quisieran olvidarse algunos políticos de declaraciones solemnes jurando lo que no admite un juramento y borrar mensajerías de juicios y pensamientos vomitados –volviendo a Machado– como «náuseas de un borracho ahíto de vino malo». Más de un momento creo encontrarme, querido lector, ante este tipo de personajes, reconvertido el vino malo en ansiolíticos o alucinógenos.

Deberíamos por lo menos recordar y ser conscientes, entre Navidad y San Esteban, de lo efímero de nuestro ser individual y colectivo y obrar en consecuencia.

(1) «El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero»