Opinión

El petardo

Ayer, primer día de este año, te levantas por la mañana, temprano, no has salido de tu casa, vas en chándal, y, cruzas una mirada. La mirada es la de un señor que lleva un perrito atado. Tú llevas también un perrito atado. Tras el saludo protocolario, se intercambian unas frases. Hasta que, llega lo inevitable. El perro ha pasado una noche que hace honor al dicho. Mi barrio, como le pasa a muchos barrios en muchas ciudades en España, tiene la suerte de estar rodeado de varios parques, entre ellos y, por ejemplo, la Casa de Campo de Madrid. Es decir: hay muchos perros. Esos perros deben dar igual, deben importar menos que nada. No deben ser considerados vecinos de ninguna de las zonas en las que viven con sus dueños. Pero, tampoco lo son los ancianos con Alzheimer, ni los niños con autismo, ojo, que esos ni existen para esta gente que lo pasa pipa con la pirotecnia. Porque, primero, están los fueguitos oficiales, los que los propios barrios y sus concejales, auspician para regocijo extremo de sus habitantes. Lo bien que se pasa con los ruidos, qué barbaridad, que si no los oímos no somos los mismos durante el año entrante. Pues bien, no contentos con eso, después, y, hasta las tres de la madrugada, los petarditos y las tracas corren a cargo del paisanaje. Tu abuelo, tu hijo, tu perro, han pasado unas horas horribles. Pero eso da igual. Porque cuando por la mañana sales a pasear a tu chucho y te quejas, la rara eres tú. Eres rara y estás amargada. Y ellos, que son unos imbéciles, se ampararán en su derecho de poder ser imbéciles hasta la extenuación. Y así seguiremos, porque si no seguimos, se quejan los de las cacas, los pises, la caza, los de la secta de la pirotecnia y hasta los gilipollas que quieren hacerse notar en Twitter. ¡Feliz año nuevo, amigas!