Opinión

El manotazo

Contemplo, con emoción, que los críticos con el Papa Francisco han estado muy engorilaos esta semana. Es enternecedor. He escuchado y leído que abofeteó a una señora, dejando claro que, o no se entiende bien el castellano, o no se maneja el diccionario con soltura. He oído que la agredió. Cometió una agresión, eso dicen. Una agresión es una acción violenta que realiza una persona contra otra para causarle un daño. Debe pasar lo mismo, que es que no hay manera y el idioma español no distingue entre un huevo y una castaña. He visto quejas sobre su perfecto estado de forma porque no parece un señor de su edad con semejante manotazo. Y también la constatación de que es un malhumorado, un borde y una persona que no sabe controlar su carácter. Pero lo que más alucinantemente paranoico me ha resultado es que se haya inhabilitado al Papa para defender, horas después, a las mujeres y denunciar la violencia que se ejerce sobre nosotras. Lo que le pasó al Pontífice es bien sencillo: después de dar la mano y saludar a ciento y la madre, una señora de mi edad, llevada por la emoción, tira del Santo Padre como si fuera un cuñado. Le agarró la mano que ríete tú de mi madre con el bolso por la calle, le atrajo hacia ella de manera abrupta, y el Papa se revolvió. Y, en cuanto tuvo oportunidad, pidió perdón. Tuvo la reacción que a servidora le hubiera salido de manera natural una y mil veces. Así que, desde aquí les digo, que el Papa me representa. Que no quiero un Papa de maneras versallescas y flojas. Que no quiero un Papa que parezca un anciano inservible, un viejito simpático y sin interés. No. Yo quiero a Francisco como es, sin perder ni un ápice de aquel cura de barrio bonaerense peleón y discutido que fue. Le quiero sembrando peligro. Tanto peligro, que fue mejor descalificarle que escuchar su primera homilía. Me re-pre-sen-ta.