Opinión

Veinticuatro horas

Comentaba en estas mismas páginas la ceremonia de la conmemoración de la Pascua Militar en el Palacio Real, hablando del «elegante respeto a la situación política actual, sin dejar el menor espacio a la crispación», cuando un día después en el Congreso de los Diputados, campaba a sus anchas todo lo contrario. Solo habían pasado 24 horas.

Alguien me dirá que la disciplina obligaba a los uniformados, sin saber que entre ellos hay una rica diversidad de opiniones y criterios, incluso políticos. Pero un colectivo que añade a los méritos de su carrera profesional doctorados y postgraduados, que domina dos o tres idiomas, que ha viajado en misiones por medio mundo, que conoce de primera mano cómo se destrozaron sociedades como la yugoeslava o cómo los fanatismos son capaces de ejecutar las mayores barbaridades especialmente sobre seres inocentes, sabe mantener las formas. Y son también los que sufriendo recortes económicos –no hay Ministerio más fácil para Hacienda que el de Defensa– canibalizando o aprovechando al máximo materiales, cumplen de la mejor forma posible sus misiones. Colectivo que no ha conocido en años difíciles, más que casos muy aislados de corrupción, corregidos con inmediatez, cuando la corrupción organizada ha contaminado a casi todos los grupos políticos sentados en las bancadas del Congreso.

Son, en resumen, un colectivo que basa la disciplina en la lealtad. Y esta se despacha día a día, con trabajo, informes, memorias. No vociferando en un acto oficial. Menos leal me parece la disciplina de partido que exige –con honrosas excepciones– una ciega entrega, sin posibles espacios para la libertad de conciencia.

Me llamaron la atención en la sesión de investidura, con secuencias que me recordaban aquellas Cortes de los años 30, las reiteradas citas a D. Manuel Azaña. Tan prolífico –a otro nivel–, como Churchill, de Azaña se puede decir todo. En 1966 se imprimieron en México cuatro tomos de unas primeras obras completas editadas por Juan Marichal; Alianza Editorial de la mano de Federico Jiménez Losantos publicó en 1982 una interesantísima «Antología de Escritos» que en forma de libro de bolsillo nos llegó a varias generaciones. Le siguieron los siete tomos que Santos Juliá recopiló y comentó por encargo del Ministerio de Justicia en 2007. Es decir, sobre Azaña hay mucho escrito. Y no siempre con rigor se suele recoger la frase que conviene, no el fondo de lo que entraña. Porque hay un Azaña ateneísta, otro solterón de 49 años; otro becado en Paris (1911-1912); otro seducido por la Esquerra catalana; otro comprometido no con, sino por, la masonería en marzo de 1932; otro desengañado por aquella frustrada «Republica Catalana dentro de la Federación de Repúblicas Ibéricas». Con aquella suspicacia teñida de ironía decía entonces: «la gente se cree los mitos que le hacen falta y es posible que uno concluya por ser como la gente quiere o necesita» ; o aquella «se ha acabado ya el tiempo de vegetar esparcidos por esta espaciosa y triste España».

Tiempo de gobernar. No entro en más temas que los que afectan a los miembros de las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil. No sirven los halagos, ni las declaraciones solemnes, sino la coherencia en los Presupuestos Generales de Estado y con ellos, la forma de gestionarlos. Aquí Azaña no es ejemplo. Sin discutir un fondo de realismo en la necesidad de reformas, utilizó modos que herían la esencia de la milicia, como la vocación, las tradiciones o el patriotismo. El futuro ministro, siendo Defensa instrumento del Estado, deberá tenerlo en cuenta. Ya superamos otras tristes experiencias cuando los nombrados eran más fieles al partido de turno. Y debo reconocer que la actual ministra ha ejercido su función con equilibrado juicio. Ya pasó con alguno de sus antecesores: en cuanto conocen la seriedad y compromiso de las personas con que despachan, aumentan su respeto hacia ellos y hacia la Institución, lo que acaba convirtiéndose en reconocido y mutuo afecto.

Conocimiento y respeto fundamentales en estos momentos en que los nietos de una sacrificada generación, parecen redescubrir e interpretar difíciles pasajes de nuestra Historia. Lo que no deja de ser a su manera, una forma de «tocar poder». A raíz de la abierta denuncia de una diputada autonómica de Podemos –en todos los partidos hay gente honesta– contra su propia formación, los ciudadanos de Baleares hemos descubierto que los políticos sin residencia habitual en Mallorca, añaden un sobresueldo de 1.833 euros mensuales a sus ya bien remuneradas nóminas. A un Guardia Civil le concede el Estado por la misma circunstancia 50 euros. No hay mejor definición del tocar poder: 82.000 euros anuales. Espero que el modelo balear no sea espejo del futuro Gobierno de España.

¡Porque todo puede cambiar en veinticuatro horas!