Opinión

Oramas

Aprovechando que estoy en su tierra, voy a dedicarle estas líneas a una mujer canaria. Ana Oramas estaba la otra mañana triste. Entre gestualidades que creíamos pasadas de moda, entre discursos tremendistas, absolutistas, biempensantes de corazón generoso, lamentables, racistas y machistas, ridículos, soberbios y hasta infantiles, apareció una señora con gesto compungido a pedir perdón. Puso mesura, solicitó un poco de cabeza para no desbarrar, invitó a los diputados a no sacar los pies del tiesto, a no decir gilipolleces y contó por qué no podía decirle sí al pacto de Pedro Sánchez. Se lo impedía su conciencia. Tan simple y, a la vez, tan complicado. Tan complicada la conciencia y lo que te puede complicar la vida. La única que la otra mañana votó en conciencia era la mujer más triste del hemiciclo. Qué paradoja. Los habrá que crean que debió dejar el escaño, que pertenece a Coalición Canaria, pero quién sabe si Coalición Canaria seguiría teniendo representación en Madrid si el nombre de Oramas no apareciera en las listas. Coalición Canaria fue una mezcla de nacionalistas, izquierdistas, insularistas y conservadores que supieron encontrar en los noventa su nicho electoral en las Canarias. El revoltijo quizá se les haya desgastado demasiado porque ya no gobiernan en ningún cabildo, ojo. Pero Ana Oramas seguía siendo el rostro reconocible del intento de los canarios por no vivir en el olvido, el acento de seda del Congreso, el discurso reconocible de unas particularidades a las que hemos dado la espalda desde la Península en multitud de ocasiones. Los canarios viven ahora un primer mundo pleno, gracias, entre otras cosas, a la voz de Ana Oramas. Coalición Canaria va a llamarla a capítulo y posiblemente la expediente. Quizá no tengan más remedio que forzar una decisión, pero que se anden con ojo, porque corren el riesgo de desaparecer. Oramas ha faltado a la disciplina de partido, sí, pero mucho peor es parecer un pelele.