Opinión
Con el Rey
Los millones de españoles que aún nos sentimos, a pesar de sus defectos, amparados por la Constitución más moderna y avanzada del mundo libre, tenemos la obligación, no exenta de riesgos físicos y persecuciones políticas y judiciales, de situarnos con el Rey y junto al Rey. Este extraño y multitudinario Gobierno de parejas enamoradas presidido por la grosería altanera de la deslealtad, no tiene otro objetivo fundamental que desnudar al Rey de presencia, utilidad y fuerza.
Por primera vez, un Presidente del Gobierno de España no acude a La Zarzuela a informar al Rey de la composición del Gobierno. Lo ha hecho por teléfono, personalmente, eso sí, porque todavía no se atreve a llamar a Felipe VI a través de su secretaria. –Buenos días, el Presidente del Gobierno desea hablar con Su Majestad el Rey–; –soy yo–; –pues un momento Majestad, que le paso la llamada, no se retire, por favor–. Y después de un minuto de silencio, de nuevo la voz de la secretaria. –Señor, que está hablando en estos instantes con el señor Torra, y me dice que cuando termine, le llama sin falta–.
El nombramiento de Dolores Delgado para ocupar la jefatura de la Fiscalía General del Estado, es un nuevo aviso. Al menos, despenaliza el uso culto y ya frecuente en el Siglo de Oro de nuestra Poesía, de llamar a un semejante «maricón», porque ella se refirió de esa guisa al ministro Marlaska en sus charlitas con Garzón –el menos tonto–, y Villarejo. Pero es ventaja muy nimia, de escaso recorrido cívico. Dolores Delgado será la encargada de allanar el camino judicial de los golpistas catalanes y de los «sufridos» presos etarras. Para colmo, el nuevo ministro de Justicia, cuyo corazón late al unísono con el de Marichel Batet o Betet –no me aclaro–, es el mismo que en un pleno en el Congreso hizo llorar a los familiares de las menores asesinadas. Cara de pocos amigos, tensa y retorcida. Con uno en el Ministerio y la otra en la Fiscalía, vamos a sentirnos muy limitadamente custodiados. Un Presidente de Gobierno que designa a Garzón –ahora, el más tonto–, ministro de Consumo, cuando ese ministro de Consumo ha manifestado –in vídeo véritas–, que el ejemplo de «consumo sostenible» es el de Cuba, puede dejarnos las estanterías y mostradores de los supermercados tan vistosos y abundantes como los de Venezuela. Pero me voy por las ramas, y mi intención es otra.
El PP, Ciudadanos, Vox, el PRC, la mitad de Coalición Canaria, los bravos navarros de UPN y todos los partidos políticos que han votado desde el respeto constitucionalista, no pueden dejar al Rey a merced del capricho de esa macedonia de frutas amargas que hoy nos gobierna. Tienen que situarse, sin dejar un resquicio a la duda ni una ventana a la resignación, con el Rey y junto al Rey, máximo garante de la Constitución Española de 1978. El Rey tiene sobrado cuajo para soportar desaires y groserías de fantoches, pero necesita saber que millones de españoles están con él y junto a él. Nuestra nueva ministra de Igualdad, también a causa de los dulces cauces del amor, no ha podido borrar de las redes sociales su amable mensaje acerca de los recortes. «También la Monarquía sufrirá recortes, pero en este caso serán con guillotina». Al menos, y a pesar de mi antigua enemistad con ella, se ha mantenido al frente del Ministerio de Defensa Margarita Robles, que en pocos meses ha sabido entender, admirar y sentirse a gusto rodeado de la decencia, la disciplina y la lealtad de los militares. Pablo Iglesias aspiraba a cubrir parte de su cuota con Defensa, lo que habría producido la quiebra absoluta de la armonía constitucional.
Obviar al Rey no es una intención, sino un hecho ya iniciado y cumplido. La Corona representa y garantiza la unidad de España. Déjense de gaitas los partidos liberales y conservadores, y reúnan sus fuerzas para rodear a la Institución y a la persona que la representa, de toda la lealtad que va a faltarle en los próximos años. Si los partidos no marxistas se dejan llevar por discrepancias ridículas en lugar de complementarse en lo fundamental, también la traición a España puede puede ser causa y cosa de ellos.
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