Opinión

Dreyfus

No entro en la buena crítica que ha merecido la película de Polanski «El Oficial y el Espía» que incide nuevamente en el drama sufrido por el capitán francés Alfred Dreyfus, que conmocionó a nuestro país vecino durante largos doce años. Oficial de Estado Mayor, judío, alsaciano, fue acusado falsamente de traición en 1894 y hasta 1906 no fue rehabilitado.

Los rescoldos de la Guerra Franco Prusiana (1870-1871) y el tenso ambiente que se vivía contra Alemania –anticipo de la Primera Guerra Mundial– propiciaban este ambiente de espionaje y contraespionaje, crispada la calle por las luchas políticas y sindicales que también incidían en las religiosas. Condenar a un «sucio judío alsaciano» supuesto «traidor a la Patria» y recluirlo en la Isla del Diablo, allá por la Guayana francesa, parecía dar respuesta al ambiente contra el odiado enemigo alemán. Siempre centrar los odios contra un enemigo, une, enardece a las masas nacionalistas. Aquí aparecerá el buen papel de la prensa, con un Emilie Zola al frente, que cree firmemente en la conciencia honesta de un oficial –Georges Picquart– devenido jefe de contrainteligencia, que sospecha y descubre pruebas falsas proporcionadas anteriormente por su propio servicio. Y tiene que luchar contra la corporativa estructura de su ejército y de la corriente política del momento, que se niegan a reconocer el error, incluso en un segundo proceso celebrado en Rennes en Septiembre de 1899. Cuando se esperaba con determinantes pruebas, una resolución favorable a Dreyfus, otro tribunal militar volvió a sentenciarle, en un ambiente de división de la sociedad francesa e incluso de la internacionalización del tema. J.E. Dillon corresponsal del Daily Telegraph presente en este segundo juicio escribiría: «Un estremecimiento invadió a todo el público reunido; así la esperanza se burlaba de Dreyfus como la risa de un demonio».

Emilie Zola en su famosa carta –«J´accuse»– remitida al Presidente de la República, publicada en L´Aurore el 13 de Enero de 1898, denunciaba a los responsables de la injusticia que «si en un primer Consejo de Guerra pudieron estar maliciosamente informados, en el segundo la sentencia fue forzosamente criminal». Alerta a Felix Faure que el caso amenaza su buena estrella, en momentos en que se celebra con alborozo la alianza con Rusia –siempre el miedo al enemigo alemán– y el país se prepara para la Exposición Universal de París.

Tuve la suerte de pisar durante algo de más de dos años las mismas aulas de L´Ecole Militaire y formar en la misma Cour Morland en las que Polanski encuadra con perfección milimétrica el drama. Y pude estudiarlo con mis compañeros de Estado Mayor como caso particular, para obtener enseñanzas sobre «lo que nunca hay que hacer». Sociedad que no analiza y aprende de sus fracasos está condenada a repetirlos.

Las consecuencias del caso se manifestaron en una fuerte radicalización política, en el mayor compromiso de los intelectuales franceses para intervenir en asuntos de estado, la clara determinación de la prensa en su papel de cuarto poder y la creación de la Liga de Derechos del Hombre en defensa de principios fundamentales

Intentaré extraer algunas lecciones.

Primera: fijar un enemigo. Ha sido y sigue siendo recurso en la vida política. Entonces para Francia eran Alemania y los judíos. Hoy en España son «los otros», los jueces, los que opinan diferente. No se les manda a la Isla del Diablo, pero se les recluye al ostracismo, la sequedad de ayudas, al insulto generalizado.

Segunda: servicios de inteligencia. Hay siempre cierto halo de superioridad en ellos. Esto no sería importante, si fuesen capaces de asumir errores. Pero normalmente se empecinan en no reconocerlos y arrastran a quienes no tienen valor para asumirlos y corregirlos. En nuestra historia reciente, también errores graves.

Tercera: obediencia debida. Lo recoge el guion de la película en una frase del mayor Henry que por orden superior falsificó pruebas contra Dreyfus: «Hice lo que se me exigió; si me das la orden de disparar a un hombre, yo le disparo; si más tarde me dices que te has equivocado de nombre, pues, lo siento mucho; no es mi culpa». Concepción de la organización como secta, con fe ciega en las decisiones superiores. Pienso en el oficial que ordenó disparar recientemente un misil contra un Boeing 737 ucraniano con 176 inocentes a bordo. De este tipo de obediencia disienten positivamente nuestras Ordenanzas (Artº 34): «Ningún militar estará obligado a obedecer órdenes contrarias a leyes …».

Hago una última reflexión en clave actual, sobre el enfrentamiento entre libertad de conciencia y la obediencia debida. Sin dudar hoy de su legitimidad, ¿hubiéramos preferido los españoles un gobierno votado con libertad de conciencia por la mayoría de nuestros 350 diputados?

Dreyfus, motivo de reflexión.

¿Necesitaremos que otro Zola sacuda nuestras conciencias?