Opinión
Los niños
La ministra Celaá o Celáa, mujer rarísima, nos ha confirmado lo que dijo Pepe Stalin en sus mejores tiempos de depredador. Los hijos no son de los padres y pertenecen a la Unión Soviética. En el caso de Stalin, hubo una excepción. Todos los niños pertenecían al Estado exceptuando a su hija Svetlana, que era suya y sólo suya. Ya mayorcita le salió rana, y publicó un libro de memorias poniendo a caldo al animal sanguinario de su padre. Aquellas memorias protagonizaron el mayor fracaso editorial del genial fundador de Planeta, José Manuel Lara Hernández. «Pagué un dineral por sus derechos y lo compraron cuatro monos»; «estás hablando con uno de los cuatro monos», le observé.
Me había convidado a comer en Jockey, en compañía de su mujer, María Teresa Bosch, y su hijo menor, Fernando, que fue un extraordinario editor de libros de autor hasta su fatídico fallecimiento en un accidente de carretera. Para celebrar que yo era uno de los cuatro monos que había comprado el libro de Svetlana, llamó a Félix, el mítico «maitre» de Clodoaldo Cortés, y le pidió cuatro rebosados blinis de caviar. Para el viejo Lara, su hijo predilecto era Fernando, y la predilección era correspondida. «Mira, para Fernando Lara Bosch, la persona más importante que hay en el mundo es José Manuel Lara Hernández. Y para José Manuel Lara Bosch, el más importante es José Manuel Lara Bosch». María Teresa Bosch, siempre callada e inteligente, jamás le llevaba en público la contraria a su marido. Sabía callarse en diferentes idiomas, como María de Metternich.
Como si fuera original, esta mujer tan alarmante y merecedora de toda suerte de precauciones en su cercanía, me refiero a la Celaá o Celáa, nos ha anunciado lo mismo que Pepe Stalin. Que los hijos no pertenecen a sus padres, sino al Estado. Es decir, que nos encontramos inmersos en pleno estalinismo, situación nada ventajosa ni prometedora. De mi matrimonio con Pilar Hornedo –el único porque somos muy antiguos– nacieron tres hijos, que siempre hemos considerado nuestros. Y de esos hijos, siete nietos –el octavo en camino–, que nos han enriquecido de manera maravillosa nuestra propiedad. Hemos buscado y encontrado para ellos, hijos y nietos, colegios, profesores complementarios, y una educación enraizada en el humanismo cristiano. Y como han sido y son nuestros, cuando han cometido alguna falta los hemos regañado y castigado. Jamás físicamente, siguiendo la tradición de mi familia, que tiene su lado oscuro. Yo, por ejemplo, habría sido muchísimo mejor si mis padres me hubieran dado un par de tortas en su momento, pero no me las dieron, y creo que se equivocaron.
Lamento esta decisión estalinista de Isabel Celaá o Celáa, por cuanto le ha quitado al matrimonio ministerial de los Ceaucescu sus tres hijos, y eso no se hace con unos compañeros. Los hijos de la ministra de Educación son ya mayores, y les importa un bledo pertenecer a su madre, al Estado o a la Unión Cerrajera de Mondragón. Pero los de Irene Ceaucescu son muy niños, y creo sinceramente que les pertenecen a ella y a su marido, y que son ellos los que habrán de decidir en el futuro, cómo se educan y forman, y quiénes serán los responsables de educarlos y formarlos, que por otra parte, me temo lo peor.
Stalin, haciendo un gran esfuerzo, terminó por entregar a su hija Svetlana al Estado, y Svetlana le puso a caer de un burro en sus nada vendidas «Memorias». Cuando lo consideró conveniente y posible, voló a los Estados Unidos y cambió de apellido y nacionalidad. Nadie quiere más que los padres, el bienestar, la felicidad y el buen futuro de sus hijos. Entiendo la incomodidad cotidiana de los hijos de la ministra en cuestión, obligados a dar los «buenos días» a una madre tan anclada en la rareza, pero ya lo habrán superado con creces. La lucha contra la educación concertada y religiosa responde al odio, no a la felicidad o la desdicha de los hijos. La futura Ley sólo beneficiará a las familias ricas, como la Celaá o Celáa, que le salen los euros por las orejas. El odio es muy malo, muy perverso, muy demoledor. Y utilizarlo a costa de los niños, un deleznable despropósito. Todo muy soviético.
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