Opinión
Delicioso comunismo
Una de las naciones más ricas del mundo pena sin libertad, y vive sin luz, sin agua corriente, sin teléfonos y sin esperanzas. El delicioso comunismo bolivariano, ése al que Europa regaña, siempre dentro de la medida, no se vayan a enfadar los autores del crimen. Muchos de esos millones de dólares robados al pueblo venezolano, descansan tranquilos y poderosos en las cuentas corrientes de algunos destacados políticos españoles. No recurro a ofrecer sus identidades porque los lectores las conocen de sobra. Sin libertad, sin luz, sin agua, con los supermercados vacíos y con la cárcel y la tortura como respuesta a la mínima queja. Cuba envía a maestros de la tortura, y los bolivarianos, según parece, son extraordinarios alumnos. El petróleo ya está en manos de Putin, que cobra las deudas como todo hijo de vecino. Más del ochenta por ciento de la producción petrolífera venezolana la merca y comercia Rusia, que para colmo, hace negocio con la deuda bolivariana vendiendo al régimen del asesino Maduro su armamento de segunda. En Europa, como sucedía en España cuando la ETA nos asesinaba a un inocente cada día, todo se arregla con sanciones que no sancionan, con Parlamentos que no se oyen y con enérgicas repulsas. Tampoco parece Trump muy decidido a adoptar medidas cautelares, que no drásticas. Mucho Teherán y poca Caracas. Tuve la suerte de conocer Venezuela en sus años de esplendor. Es cierto que la sociedad se quebraba a falta de una clase media potente y presente en su economía, pero las estructuras económicas de aquella nación estaban intactas y abiertas a una evolución social positiva. El comunismo terminó con las esperanzas. Hoy, los multimillonarios de Venezuela son menos que los de ayer, e infinitamente más ricos. Todos pertenecen a la cúpula ladrona y narcoterrorista del chavismo. Algunos de ellos viven en España, camuflados en sus disfraces de sagaces empresarios libres de toda sospecha. Los Bardem se instalan en California, pero no en Maracaibo. Los comunistas desprecian la pobreza y la miseria que sus ideales crean. Nada más cómodo y rentable que ser comunista en una nación libre y democrática. Ser comunista en Venezuela –fuera de las alturas del régimen–, es bastante molesto. Amanecer sin agua, es molesto. Amanecer sin luz, es molesto. Amanecer sin teléfono, es molesto. Amanecer con la despensa vacía y sin posibilidad de renovarla, es molesto. Y amanecer con las molestias acumuladas que impulsan las protestas y toparse con los fusiles y las máscaras de los torturadores bolivarianos y cubanos, es molestísimo. Tan molestísimo que muchos terminan su paso por esta vida a manos de los canallas torturadores. Y entonces, Europa se enfada un poquito, y sanciona a Venezuela con energía. «A partir del 1 de marzo, se prohibirán las exportaciones de productos de Dior y Gucci a Venezuela». Europa es así de férrea e inflexible.
En la Venezuela de hoy, los venezolanos son libres para salir de sus casas cuando así les apetezca, pero sin la garantía de su retorno. En cualquier esquina se pueden encontrar con una bala o con una patrulla del terror. Una denuncia vecinal es sencillamente convertible en un período de hospitalidad bolivariana en el más inmundo cuchitril de sus cárceles. Intento, en ocasiones, comprender a los comunistas, y no lo puedo lograr. Me refiero a los comunistas que sufren en los regímenes comunistas, no a los de salón que por aquí abundan. No han robado de Venezuela. Han robado a Venezuela, y en el reparto del botín, insisto, hay españoles, políticos influyentes, medios de comunicación, y plataformas de propaganda. Todo eso se paga y se financia, dejando a los habitantes de una de las naciones más ricas del mundo, sin agua, sin luz, sin teléfono, sin comida, sin libertad y sin derechos.
La semana que viene están previstas más sanciones de Europa al régimen bolivariano. «A partir del 1 de junio, se prohibirá de forma terminante que los Estados de la Unión Europea exporten a Venezuela frascos de perfume “Chanel” número 5». Siempre la valiente Europa, la enérgica Europa, la Europa de las narices.
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