Opinión
Ni tuyos ni míos
Las creencias dan forma a nuestro discurso. Por consiguiente, debemos pararnos a reflexionar acerca de las consignas que nos damos unos a otros con el fin de que las palabras no nos confundan. Para facilitar la comunicación y no tragarnos lo que nos dicen sin haberlo depurado, hay dos preguntas comodín –«Cuando dices tal cosa, ¿qué quieres decir?» y «¿Cómo sabes que eso es así y no es de otra manera?»–. Ergo, si alguien me dijera: «Tus hijos no son propiedad tuya», le respondería con estas dos preguntas. Quienes poseen un bajo nivel de autoestima tienden a apropiarse de todo lo existente en su vida aplicando el «mí» y el «mío» indiscriminadamente a cosas y a personas con el propósito de calmar su ansiedad emocional. Otro tanto les ocurre a los manipuladores psicológicos. Toda propiedad conlleva responsabilidad. Siendo la única psicológicamente sana la tutela ejercida sobre los hijos hasta que estos son adultos con responsabilidad sobre sus acciones. O sobre los padres cuando son mayores y necesitan cuidados. Solo cuando somos individuos psicológicamente libres, que pasan de las indicaciones del club del redil y toman decisiones acorde a su escala de valores, tenemos clarísimo que nadie mejor que nosotros para saber cuáles son nuestras responsabilidades, lo que nos conviene y lo que nos hace daño. No debemos permitirle a nadie que se erija en autoridad moral, nos imponga su criterio y nos diga cómo vivir, puesto que no asume la responsabilidad de nuestros actos. La libertad, como la vida, es un don divino y un derecho humano. Nadie es propiedad de nadie desde que la esclavitud fue abolida.
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