Opinión

Una gran persona

Una gran persona, un sacrificado servidor público, y como dicen los cursis, un caballero español, aunque no tenga caballo. Es lo que opino del ministro de Transportes, José Luis Ábalos. A la 1:30 de la madrugada, recibe una llamada misteriosa. Según parece, una mujer exige su presencia en el aeropuerto. Viaja en un avión oficial, y por su condición de proscrita en la Unión Europea no le permiten las autoridades pisar tierra. Por lógica, el gobernante socialista encargado de atender a la pobre mujer en un aeropuerto, es el ministro de Transportes. Y se levanta de la cama, se adecenta, y acude a tan intempestiva hora a interesarse por el estado de ánimo de la afligida dama. Llega al aeropuerto y embarca en el avión de la elegante señora caraqueña. Pero no habla con ella. No se produce ninguna entrevista en los casi sesenta minutos que permanece nuestro sincero ministro en el avión de la atractiva venus venezolana. Acude para saber de su estado anímico, no a entrevistarse con ella, como ha reconocido el propio señor Ábalos. Ni una palabra entre ellos, exceptuando el saludo y la despedida. –Buena madrugada. Soy el ministro de Transportes del Gobierno de España, y mucho le agradecería que me confirmara que usted se siente bien–; –me siento bien, gracias. Soy la vicepresidenta del Gobierno ilegítimo de Venezuela, y no me dejan descender a las dependencias del aeropuerto para hacer pipí cómodamente. El inodoro de mi avión es estrecho y resulta incómodo como consecuencia del desbordamiento de muslos de allá a acullá cuando me siento en él–; –Sucede que el ministro del Interior me ha solicitado que no desembarque. Me encantaría – detalle de gran señor–, que una bella dama bolivariana hiciera pipí con comodidad, pero debo cumplir órdenes–.

A partir de ese instante, silencio. Diez minutos de silencio, veinte, treinta y hasta cuarenta y cinco minutos. Son las 3 de la mañana y el ministro está cansado. Ya ha comprobado que la vicepresidenta del Gobierno ilegítimo de Venezuela, a excepción de las cosas del pipí, se encuentra en perfecto estado de salud. Después de cuarenta y cinco minutos de silencio, se despiden.

– Lamento, señora lo del pipí, pero nos lo han prohibido Macron, Ángela Mérkel e incluso Borrell. Buen viaje, dulce Eva del Caribe–; –muchas gracias por acompañarme en silencio durante mi humillante escala en Madrid. Pero que conste que no hemos mantenido entrevista alguna–; –me consta, y muy feliz vuelo–.

A las cuatro de la mañana llegaba nuestro agotado gobernante a su hogar. Y al día siguiente, los medios de comunicación malintencionados y antiprogresistas, mostraron su escándalo. –¿Cómo puede reunirse un ministro del Gobierno de España durante una hora en un avión con una política proscrita en la Unión Europea?–. Pues yo les respondo. Por gentil señorío. La distinguida zagala bolivariana, doña Delcy Rodríguez, de los Rodríguez de toda la vida de allí, precisaba para aliviar su sosiego quebrantado de un apoyo institucional del Gobierno de España, el único cuyo Presidente se ha negado a recibir al Presidente legítimo de Venezuela en su gira europea. Lógico y trabado asunto. Sánchez depende de Podemos, y Podemos ha recibido mucho dinero del régimen que ilegalmente vicepreside la atractiva dama. Y Zapatero vive, más o menos, a costa del pueblo venezolano. Pero eso no es óbice para dejar abandonada a una mujer a bordo de un avión en el aeropuerto. Y Ábalos, sabedor de las consecuencias de su gesto, que iba a interpretarse con críticas torticeras, se presentó en el aeropuerto por tres motivos. Porque el ministro de Transportes está obligado a atender a las mujeres abandonadas. Porque de niño le enseñaron que no ayudar a una dama en apuros es de forajidos. Y que no iba a mantener entrevista alguna con la vicepresidente ilegítima en cuestión. Fue a verla, no a cuchichear con ella.

Y yo lo creo. Es hombre de temple y varón de fuste. España se siente orgullosa de él.