Opinión
Las caras del poder
Por supuesto sobre el poder se han escrito ríos de tinta. La palabra procede del mundo jurídico y significa «facultar a alguien». Sin descartar otros tratadistas me apoyo en Max Weber el hombre que trataba de «comprender y entender lo que pasaba en realidad y no transformarla» y que llegó a intuir como «profecía patética el ideal marxista de la sociedad comunista». Analizaba el poder en tres campos: el tradicional, el legal o racional y el carismático. A sus ojos la acción política está vinculada a la antítesis entre dos formas de verla: la moral de la responsabilidad y la moral de la convicción. En lenguaje actual –consciente de que la política es el arte de lo posible y no de lo deseable– el hombre político debe saber hoy discernir entre su conciencia y la disciplina de partido.
En estos revueltos tiempos aparecen en forma de memorias, reflexiones sobre el poder. Penetran en unas entrañas que hemos vivido –y sufrido– recientemente y aunque adolezcan de falta de objetividad, si aportan aristas que muchos desconocíamos. Empeñarse hoy en el engaño o en la media verdad, no es rentable. Al final, todo se sabe. De Ábalos en Barajas conocemos hasta la marca del agua mineral que tomó con la vicepresidenta venezolana en una sala VIP.
Memorias más recientes, como las del ministro de Asuntos Exteriores Margallo, persona de indiscutible valía intelectual, nos descubren guerras internas de un Gobierno con una absorbente vicepresidenta, que lejos de integrar un equipo sólido, distinguía amigos y enemigos, acumulaba todo el poder posible: Comisiones Delegadas; reunión de Subsecretarios, CNI, gestión personal con Oriol Junqueras…. Curiosamente rompía la cohesión de un grupo que presidía un hombre de equipo, seguidor de un equipo, tentado a ser presidente de una liga de equipos. ¡Y así le fue a aquel gobierno! Acertada la frase de Rousseau: «la autopsia de todo régimen político es sencilla: siempre suicidio». Dicen que es la maldición de Moncloa. No nos extrañe por tanto, que siguiendo un elemental principio táctico militar, el nuevo Gobierno haya montado un Puesto de Mando Alternativo allá por el Prado, en la antigua Delegacion Nacional de Sindicatos de Solís y Girón, donde Emilio Romero editaba el vespertino «Pueblo».
La edición de estas vivencias junto a su lógica subjetividad, adolecen además de preocupantes pérdidas de memoria. Un hombre como Bono que tomaba notas hasta en los lavabos, que le pedía a su agradecido Director del CNI las últimas técnicas en grabación de conversaciones e informes sobre los chismes más soterrados de amigos y enemigos, olvida muchos detalles sobre Morodo, el Embajador de España en Venezuela con Zapatero, a quien la UDEF atribuye hoy el desvío de 35 millones de dólares de Petróleos de Venezuela (PDVSA). Un testigo de las –frustradas por EEUU– gestiones para la venta de fragatas y aviones a su amigo Chávez, fue recolocado en un plácido destino en Naciones Unidas, lejos del mundanal ruido. Esta técnica de mandar a los cielos a los próximos si son sumisos o al infierno si salen rebeldes, forma parte claramente de una de las caras del poder. El menorquín Pau Morlá que no revalidó su condición de diputado en las elecciones del pasado 10-N, ha aceptado complacido una Dirección General de Derechos y Diversidad creada específicamente para él por el Govern balear. O la periodista, lingüista, escritora de libros a medias, Irene Lozano, hasta ahora Marca España o España Global, ha aceptado ser «ministra» de Deportes con rango de secretaria de Estado.
En la cara menos agradable del poder aparece la forzada dimisión del presidente de Red Eléctrica, Jordi Sevilla, el hombre que enseñaba Economía a Zapatero por las tardes, con 500.000 razones anuales para justificar el cargo, que se negó a apoyar económicamente a la COP25 que nos venía de Chile. «Si no tienes dos millones, no vengas» le dijo la cada día más entronizada Teresa Ribera, bien respaldada por su marido el presidente de la Comisión Nacional de Mercados y Competencia. ¿Qué opinaría Weber sobre esta moral política?
¡Ya puede desgañitarse Jose Antonio Marina separando los conceptos de moral y ética, especialmente cuando se habla de enseñanza. «Hay tantas morales como culturas: católica, protestante, musulmana, confuciana, nazi, soviética..». Yo añadiría: también una moral política.
«Ética, por la que se inclina nuestro buen pensador, significa moral transcultural; conjunto de normas universales que trascienden las peculiaridades culturales» y que recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos. «Toda moral se considera a sí misma perfecta y piensa que una ética universal ataca su identidad y es una perversión».
Consternado me pregunto: ¿hay espacio para la ética en nuestra política?; ¿es posible que forme una de las caras del poder?
¡Más que nunca la necesitamos!
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