
Opinión
Sumiso y desnucado
Irrisarri, pelotari retirado, duro como un roble, con unas manazas que parecían guantes de béisbol, trataba los dolores cervicales con una contundencia supina. Durante veinte horas, el masajeado no podía doblar el cuello de las andanadas recibidas por las manos del masajista, pero pasado un día, las molestias desaparecían por completo. Hasta el gran Manuel Santana, unos días antes de disputar una eliminatoria de la Copa Davis, pasó por la camilla de Irrisarri. A la mañana siguiente no pudo entrenar, porque se sentía más tieso y bloqueado que un tarugo de alcornoque, pero transcurridas las horas de convalecencia, jugó, ganó sus dos partidos individuales y el de dobles –con Lis Arilla–, y dejó en la cuneta al equipo de la URSS de Metrevéli. Gracias a Irrisarri, a Juanito Irrisarri, nuestro gran campeón jamás volvió a sufrir de las cervicales.
El gran problema es que Irrisarri falleció hace nueve años, y que el sumiso y desnucado Iván Redondo, director del gabinete del presidente traidor del Gobierno de España, tendrá que buscarse a otro masajista para que le sane el gesto de villano sometido con el que acompañó su saludo al inhabilitado Torra en los prolegómenos de esa extravagante reunión que mantuvo su presidente con un payaso que ya no es nada en Cataluña. El hortera Redondo, que fue en su día jefe del gabinete del presidente de Extremadura, el pepero Monago, es además de un dinamitero de la ley un paleto de la reverencias.
Al Rey se le saluda con una leve inclinación de cabeza, no por ser el Rey, sino por representar más de mil años de Historia. Una inclinación medida y respetuosa sin posibilidad de lesión. Iván Redondo, que es ya el personaje más odiado por sus compañeros de La Moncloa y un alto porcentaje de los ministros del Gobierno, casi se desnuca saludando a Torra como si fuera Wilfredo el Velloso, interpretando el papel de sumisión del Gobierno de España al zascandil inhabilitado.
El saludo a los Reyes también es ridículo cuando los gestos de respeto se muestran excesivos. Una señora, muy ceremoniosa y ya fallecida, acudió con su marido a saludar a Don Juan a Estoril, y éste –como hizo con todos los españoles que lo solicitaron–, la recibió en Villa Giralda. La señora, se arrodilló ante Don Juan, que era el Rey de Derecho en el exilio, y le besó la mano. –Muchas gracias por tu esfuerzo– le dijo el Conde de Barcelona, –pero no soy Pío XII–.
Curiosa reunión la programada por Sánchez y Redondo en Barcelona. Torra, según la Ley, ya no es nada. Y para conversar con la nada se desplaza hasta la Ciudad Condal el Presidente del Gobierno de España, que acepta ante el que no es ni parlamentario autonómico, formar una «Mesa de Negociación», le manifiesta que «La ley no basta» –golpe de Estado contra el sistema democrático–, le concede todas las exigencias del separatismo para seguir en La Moncloa, y le promete inversión en Cataluña, pacto fiscal, financiación especial para los Mozos de Escuadra y la TV3 golpista, y apoyo a las «embajaditas catalanas». Posteriormente, el presidente del Gobierno, siguiendo al pie de la letra las indicaciones del desnucado, se reconoce públicamente partidario y sin fisuras de la autodeterminación. El paleto inhabilitado recibió al hortera de bolera y de salón de billares, como si fuera un mandatario extranjero en visita oficial, con el zaguanete de gala de los Mozos de Escuadra, que dicho sea de paso, lucían unos uniformes ridículos a más no poder. Y como había que solemnizar la gamberrada de visita, Iván Redondo se desnucó al saludar a Torra del mismo modo que Llaudet, Montal y Núñez cuando rindieron pleitesía al Jefe del Estado, El General Franco, en las audiencias que le fueron concedidas a las juntas directivas del «Barça» para imponer al Generalísimo las insignias de oro y brillantes del hoy en día, club inmerso en el separatismo catalán.
Traición aparte, traiciones aparte, el desnucamiento de vasallo subyugado de Iván Redondo, será en el futuro lo único que quede de esa cita de dos paletos, uno de ellos inhabilitado, cumplida y culminada en Barcelona.
Y Delcy en Caracas, atiborrándose con la caja de bombones que Ábalos le regaló en nombre de Sánchez, o quizá, del desnucado.
Y lo peor. Irrisarri, fallecido.
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