Opinión
Eterna gratitud
He leído un «twit» o «tuit» o lo que sea, que me ha emocionado y tranquilizado sobremanera. No creo que sea un «twit» o «tuit» o lo que sea, falso, lo que llaman «fake», porque su titular es la señora ministra de Asuntos Exteriores, y a renglón seguido de su mensaje se lee «gobiernode españa», así todo seguido, según mandan los cánones de la informática. El mensaje de la señora ministra es tranquilizador, y lo ha colgado o bien su gabinete o bien ella misma entre los encinares de los «Quintos de Mora», donde se ha reunido con todos los miembros del Gobierno y el pangolín del bisoñé. El texto dice así: «Es fin de semana y estamos trabajando». Como ciudadano, le manifiesto desde aquí mi eterna gratitud. Trabajar en un fin de semana es algo excepcional que debemos agradecer todos los españoles de bien. Porque el fin de semana, sábado y domingo, en España no trabaja nadie. Las calles están vacías, los restaurantes cerrados, la seguridad del Estado somnolienta en espera de la llegada del lunes, los militares de permiso, los bomberos de juerga, los hosteleros tocándose la barriga, los quiosqueros sin periódicos, los periodistas de vacaciones y los guardias civiles, jueces de guardia, guardas forestales, pescadores embarcados y demás gentes de mal vivir, tocándose la chirindola. No hay taxis, no hay autobuses, no hay soldaditos de guardia, no hay agentes de la Policía en los aeropuertos, ni médicos ni enfermeras en los hospitales. De ahí mi emoción cuando he leído que la señora ministra de Asuntos Exteriores, que no es una analfabeta –todo lo contario–, como una buena parte de sus colegas en el Gobierno, nos haya recordado que trabaja en un fin de semana.
Me quito el sombrero, aunque no lo lleve puesto sobre mi cabeza. Desde que he alcanzado una edad más que alarmante, uso sombrero, esa prenda adicional al paisaje humano en movimiento, que el Conde de la Cimera , elegantísimo prócer, utilizaba «no con el fin de abrigar la cabeza, sino para descubrirse al paso de una mujer atractiva o respetable». Porque el sombrero sólo sirve para descubrirse, y el que no lo entienda, que acuda a una academia de Buenas Formas.
A mí, humilde ciudadano condenado por unos y otros a una futura muerte civil, –unos y otros que son los mismos, cuya única finalidad es el dinero– me tranquiliza que una ministra de Asuntos Exteriores nos endulce el sosiego anunciándonos que trabaja los sábados. Desde el reinado de Favila, monarca visigodo que terminó siendo devorado por un oso –precisamente en sábado–, ningún Rey o gobernante ha trabajado hurtando al cansancio la delicia del descanso del fin de semana. Pero nuestra ministra de Asuntos Exteriores, que recibe a un presidente legítimo en un chalé de conferencias y presentaciones de libros, con un fantasma como la tía Raimunda presente en sus salones del Palacio de Linares, nos ha bendecido a los cuidadanos con su empecinada decisión de trabajar durante el fin de semana. Y eso, me ha vencido, me ha endulzado la bilis y ha terminado por emocionarme hasta un límite que me niego a reconocer en público por temor al ridículo ante la colectividad.
Si mi ministra de Asuntos Exteriores, tan medida en su cabello y sus maneras, nos garantiza que trabaja durante un fin de semana, ¿es merecedora de una carcajada al unísomo? No; se me antoja una heroína del deber y la responsabilidad adquiridos al aceptar sin titubeos la carga de la política exterior de España.
Advierto y adelanto, que jamás toleraré una crítica amarga o ácida contra una ministra que trabaja los sábados como si fuera un lunes o martes. Demuestra Su Excelencia un vigor y una firmeza que escapa de cualquier duda malintencionada. Una nación que tiene una ministra que trabaja los fines de semana, es una nación que puede mirar al futuro con toda tranquilidad. Por mi parte, expreso mi eterna gratitud a una ministra tan resuelta y afanosa.
Cada día que pasa entiendo menos a los que opinan que tenemos un Gobierno de vagos y de golfos.
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