Opinión

Al fin, una transparencia

Ha dicho Carmen Calvo una nueva majadería. «La democracia debe mirarse a sí misma con las gafas de la verdad». Son más cursis que el Rey León retozando en una pradera de margaritas silvestres. Para escribir el presente texto me he puesto mis gafas de siempre, que me las gradúa Patricia en la Óptica Cantabria de Cabezón de la Sal. Y no me han respondido cuando les he preguntado si son las gafas de la verdad o de la mentira. Lo que está claro es que son las mías, y que, gracias a ellas, puedo escribir con desparpajo y comodidad. Lo que no queda tan claro es la sinceridad de las gafas de Carmen Calvo, que siguiendo a su guía y maestro, no ha dicho más que mentiras, obviedades y alguna barbaridad en los últimos meses.

Transparencia la de Ábalos, Sánchez, Zapatero, la ministra que trabaja los fines de semana, Iglesias, Borrell, Eutanasia Lastra, y las Montero. La transparencia en la política española es un milagro, y en ocasiones ése milagro se produce fuera de tan desagradables ámbitos y personas.

Anteayer, durante la Misa en la capilla del tanatorio de Tres Cantos previa a la incineración de los restos mortales de David Gistau, me sentí emocionado en distintas ocasiones. Me sorprendió el pelo largo del oficiante, el padre don Javier Alonso. Parecía que iba a cantar acompañado de una guitarra eléctrica del decenio de los setenta. Pero su actitud me emocionó. Hablo con una voz rotunda, y con el alma abierta. Contaba don Camilo José, que de niño fue expulsado de tres colegios en Galicia. Y que una tarde, el sacerdote director de uno de ellos, acudió al hogar de los Cela a informar personalmente a los padres de los motivos de la expulsión de Camilito. Al abandonar la casa, la madre de don Camilo, la señora Trulock, de ascendencia irlandesa y con familiares anglicanos, le preguntó a su esposo. -¿Por qué en España los sacerdotes no hablan como los maridos?-. Aquí, hay una cierta propensión a la voz meliflua y al tostón sacerdotal. Pero el Padre Alonso nos cautivó con sus palabras a todos los presentes, y éramos muchos. Y culminó su homilía con un hallazgo, la interpretación de la muerte del hijo mayor de David y Romina.

Su madre, les fue preparando durante semanas para que asumieran la peor de las situaciones. Los niños sufren con mucha más entereza las penas que los mayores. David había muerto, y Romina reveló a sus cuatro hijos que su padre ya estaba en la otra orilla, la nueva vida, esperándolos. Y el mayor, hijo de David y Romina y no de Carmen Calvo, con esa luz brillante e imprevista de los niños, dijo lo que sentía. –No, Papá sigue a nuestro lado y está con nosotros, pero de una manera transparente-. Mejor interpretación de la muerte, imposible.

Eso es la transparencia. El ambiente se llenó de lágrimas, más o menos contenidas, y posteriormente se relajó en una sonrisa colectiva, y por qué no escribirlo, transparente. Un niño nos había enseñado a interpretar su enorme tristeza con la firmeza de su decisión, que no de la fantasía. La familia Gistau, como todas las de buena cuna, se mantuvo serena y destrozada sin aspavientos. No recuerdo en qué necrológica lo leí, pero es muy bueno. La señora inglesa que se abraza al ataúd de su marido y llora con sonoro desconsuelo. Y el amigo que se acerca a ella y le susurra. – Deja de llorar tanto que pareces una italiana-. Inglaterra perdió su prestigio social en el entierro de Diana Spencer. Las palabras emocionadas y profundas del Padre Alonso, salieron de su boca relajadas, sonrientes y consoladoras desde la naturalidad. Nada ficticio. No hubo comedia ni tragedia. Dolor humano, nada folclórico. Señorío antiguo. Todo eso. Los ojos húmedos, pero ni sollozos ni zollipos. Muchos amigos, mucha tristeza, una familia rota pero intacta y un buen cura. Y la transparencia de David en el amparo a sus hijos. Después, ya en el coche, de vuelta hacia Madrid, Ábalos liberado por sus compañeros y compinches separatistas de explicar sus correrías con la tal Delcy. Y hablan de transparencia, eso que no conocen. Que se lo pregunten al hijo mayor de David Gistau.