Opinión

Retrato de un asesino

Es difícil no estremecerse. Es imposible comprenderlo. Escuchar el relato del propio Patrick Nogueira, el conocido asesino de Pioz, sobre cómo asesinó a cuatro miembros de su familia– dos primos de 1 y 4 años, y sus tíos, a los que también descuartizó – , es difícil de procesar. Es complicado no conmoverse leyendo los mensajes, escuchando los audios y viendo los selfies que se hizo nada más cometer el crimen la tarde del 17 de agosto de 2016, con los brazos teñidos de la sangre ajena de cuyo olor, según le confesó a un amigo, no lograba desprenderse a pesar de haberse duchado. Cuanto más sabemos, más nos cuesta entenderlo. Son infinidad de detalles; muchos nuevos, como los que se incluyen en el libro «Olor a muerte en Pioz» de Beatriz Osa, una milimétrica autopsia de lo que pasó. La actitud fría, insensible y psicópata de Nogueira no se puede considerar producto de un daño cerebral como pide la defensa que , lógicamente, hace lo posible por minimizar la pena de su cliente. Eso es lo único comprensible en toda esta sinrazón. Esta semana, el Tribunal Supremo está revisando la condena a prisión permanente revisable que le fue impuesta en 2018.

Nos estremece lo que hizo porque somos incapaces de ponernos en su lugar. Su falta de empatía solo es proporcional a nuestra falta de comprensión. La ausencia de empatía, ese concepto argumentado en los juicios en Núremberg contra los nazis. «El origen del mal es la falta de empatía»; así lo definió el psicólogo Gustave Gilbert durante el proceso. El más certero retrato.