Opinión

Sánchez, Sánchez y Sánchez

El primero de los Sánchez que merece unas líneas de respeto, fue un Sánchez que trabajaba en el viejo Banesto de Pablo Garnica Mansi. Sánchez tenía un solo cometido. Cuando el presidente recurría a él, ya sabía cómo actuar. –Sánchez, suba a mi despacho, por favor-; -ahora mismo, señor presidente-. Alcanzaba la atalaya del poder y don Pablo le presentaba al visitante: -Mire, Sánchez, don Aurelio Suárez de Badajoz y López, es un amigo muy querido de toda la vida. Su familia es encantadora. Está atravesando una mala época y necesita liquidez, y nos ha pedido un crédito personal de un millón de pesetas. No es necesario, Sánchez, que le repita el gran interés que tengo en complacer a don Aurelio. Acompáñelo a su despacho e inicie los trámites pertinentes-; -como usted ordene, don Pablo-. A renglón seguido don Aurelio y don Pablo se despedían con un abrazo durante el cual a don Aurelio se le humedecían los ojos de gratitud. –Te dejo con Sánchez, Aurelio, que él hará lo imposible por encontrar la mejor fórmula-. Y Sánchez precedía a don Aurelio rumbo a su pequeño despacho. –Por aquí, don Aurelio. Un momento, don Aurelio que resulta más cómodo descender por el ascensor. Pase, pase, don Aurelio-… Al llegar al despacho de Sánchez, éste había cambiado radicalmente su gesto y expresión. – He deducido que usted está tieso-; -hombre, señor Sánchez, no es el término adecuado para un cliente-. –Lo es, Suárez de Badajoz. Oiga bien lo que le digo. El Banco está para administrar con rígida honestidad y eficacia el dinero de sus clientes y accionistas. ¿Tiene usted algún bien que garantice la devolución de un millón de pesetas. No, ¿verdad? Pues ahora mismo, va a salir de mi despacho, bajar por las escaleras, llegar hasta el vestíbulo, y abandonar el Banco a la carrera. ¿Qué se ha creído usted? ¡Vamos hombre!-. Y don Aurelio recuperaba la calle con una profunda depresión. En todos los grandes bancos existía un Sánchez o similar, que gozaban del aprecio de sus presidentes por su desagradable función, y eran conocidos como los «Fleet», porque ahuyentaban a los moscones.

El segundo Sánchez se me antoja un peligro para España y su libertad, y renuncio, por hoy, a escribir de sus barbaridades y traiciones.

Y el tercer Sánchez merece un comentario que no se confunda con los Sánchez previos. Se trata de don José María Sánchez García, diputado de Vox por Alicante, juez en excedencia, catedrático de la Facultad de Derecho de Sevilla, letrado del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, y portavoz de Vox en la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados. También ha trabajado con éxito en el ámbito privado, en los despachos de abogados Baker&McKenzie-americano-, y Olswang –británico-. Don José María, en una de sus primeras intervenciones parlamentarias, con una serenidad pasmosa, dominio de la situación, cultura, sabiduría, usando de un tono tan seco como respetuoso, le dio un repaso a la de Cabra, que ella de por sí, de gesto amargo y conocimientos escasos, tuvo que soportar las andanadas precisas y preciosas del señor Sánchez, que sin abandonar jamás la cortesía y buena educación parlamentaria, dejó a la egabrense al pie de los caballos. Si el señor Sánchez se va a dedicar a preguntar a la vicepresidente ignorante durante toda la Legislatura, sería comprensible que la señora Calvo sueñe en privado con una legislatura breve y sin Sánchez, sin el Sánchez de Vox, pero con el suyo, que manda narices.

Esa reunión, con excepciones, de chancletas que hoy ocupan más de la mitad de los escaños del Congreso, se habrán sentido sorprendidos por el uso de la palabra y los conocimientos de este Sánchez brillante y esperanzador. Le llamarán «fascista», «franquista» y «ultraderechista», pero intuyo que le importan un bledo estas descalificaciones vulgares de la nueva casta. Y lástima que la ministra sin contenido, la marquesa, no se apellide Sánchez, porque se cerraría este texto con la fiesta de cumple que le organizaron sus asesoras a dedo. No pierdan de vista al tercer Sánchez, que merece la pena.