Opinión

De Copito a Luisón

La Guinea Española se dividía en dos provincias. La insular –Fernando Póo–, y la continental –Rio Muni–. Abandonado en plena selva de Río Muni, un científico catalán se pasmó ante la visión de un pequeño gorila albino, blanco como un lirio, y abandonado por su rareza cromática por sus mayores. Lo rescató y se lo trajo a España. Todavía no se había inaugurado el Zoo de la Casa de Campo, y agonizaba la Casa de Fieras de El Retiro. En cambio, Barcelona contaba con un maravilloso parque zoológico enclavado en la Ciudadela, y Copito de Nieve, que así fue bautizado el pequeño gorila, se instaló en el Zoo de Barcelona, convirtiéndose en un símbolo de la Ciudad Condal. Al cabo de pocos años, Copito de Nieve se convirtió en Copazo de Nieve, en un alud de nieve, porque su desarrollo físico espectacular dejaba en humillante situación de inferioridad a sus compañeros de habitáculo, los gorilas negros.

Mientras vivió, en todas mis visitas a Barcelona, que fueron numerosas, acudí al Zoo a rendir pleitesía al grandioso gorila blanco, que se zampaba treinta kilos de plátanos cada día. O fue ilusión soñada por mi parte, o fue fantasía o fue realidad, pero creo que entre el gorila blanco y el que firma este texto se estableció una corriente de mutua simpatía, rayana con la amistad. Su fallecimiento, dejó deshabitado mi corazón de amor hacia los gorilas. Quiero decir con esto, que nada hay de intención peyorativa cuando estimo que algún ser humano –somos parientes–, alcanza un parecido notable con los gorilas. Un último dato de Copito de Nieve. Su cortesía. De cuando en cuando, mientras comía sus plátanos, miraba a sus admiradores humanos, elevaba el brazo derecho, y les ofrecía el plátano a los visitantes como si les preguntara: –¿Ustedes gustan?–. Los visitantes renunciaban al ofrecimiento con un movimiento negativo de la cabeza, y le respondían: –No, gracias, Copito, que aproveche–.

Al fin, el hueco que dejó Copito lo ha habitado Luisito, pero en plena libertad. Se trata de un individuo próximo a la total extrañeza, de fulgurante carrera política. Koldo es el apodo cariñoso de Koldobika, Luis en vascuence. Se trata, por lo tanto, de Luisito, o Luisete, o Luisón, ésta última opción, la más adecuada. Luisón o Koldo, ha sido durante años chófer y guardaespaldas de Ábalos, y destaca por su frondosa militancia sanchista. Como muestra de gratitud por su encomiable trabajo, Ábalos, ministro de Transportes, lo ha colocado como miembro del Consejo de Administración de RENFE.

No obstante, cuando precisa de sus servicios, el consejero de RENFE, con capacidad ilimitada para confundir un Talgo con un AVE o un Mercancías, le acompaña a Ábalos si así lo demanda el señor ministro. Y Luisón, el gorila particular de Ábalos, le acompañó a Barajas para protegerlo de Delcy Rodríguez, la de las maletas que no fueron revisadas. Cuando uno de los vigilantes de Seguridad le rogó a Koldo que se identificara, Koldo, amablemente, se encaró con él: –No tengo por qué identificarme–. Y no se identificó, porque Koldo impone una barbaridad. Si en alguna noche, cuando paseo y estiro las piernas, mi humilde ser se cruzara con Koldo, no tengo reparos en reconocer que del susto me incorporaría de inmediato al primer contenedor de basuras ubicado en la acera, y me lanzaría a su interior aunque fuera un contenedor de «Solo Vidrios». Porque Koldo se las trae, si bien parece que no actúa ni reacciona con la misma cordialidad y cortesía que el difunto Copito de Nieve.

Ahora nos informan de una nueva circunstancia relativa a la estancia ilegal de Delcy en Barajas. Se habilitó una sala especial para que descansara, y el ministro Marlaska supo de su escala en Madrid con 24 horas de antelación. Ábalos no está tranquilo, por mucho que lo afirme y por más que Koldo lo proteja. Y Marlaska, tampoco. Las cintas han sido reclamadas por una juez, y se puede armar la marimorena. Pero Luisón, que es lo importante, una vez más, cumplió con su deber. La lealtad de los gorilas es siempre encomiable.